jueves, 31 de mayo de 2012

NETIQUETA

REGLAS DE CORTESÍA Y ETIQUETA EN INTERNET

¿QUÉ ES LA NETIQUETA? 



Es una serie de reglas de etiqueta o buenos modales que todos debemos conocer y seguir al comunicarnos a través de la red para una comunicación más efectiva y un mejor uso de los recursos y el tiempo. 

Estas reglas se aplican cuando se envía un correo electrónico, en un chat, en una red social o en un servicio de mensajería instantánea.













La palabra Netiqueta es un neologismo que deriva de la contracción de dos palabras tomadas del inglés: Net ('red') y etiquette ('etiqueta').


REGLAS DE NETIQUETA

Además del sentido común, los buenos modales, la educación, la cortesía, el respeto, la consideración y la tolerancia, estas son algunas reglas que debemos todos observar al comunicarnos a través de la Red:


1. En los correos utiliza el campo Subject (Asunto).


2. No desafíes a nadie. Evita los enfrentamientos. No insultes a los demás. No incluyas groserías o insultos.


3. Procura ser conciso, claro y directo en tus mensajes.


4. Utiliza los signos de puntuación como es debido.

5. No escribas todo el texto en mayúsculas. Significa que estás gritando.

6. Evita la excesiva longitud de las líneas.

7. No abuses de las abreviaturas. 

8. No envíes correo basura.

9. No olvides la gramática o la ortografía de un mensaje. Ante las dudas, utiliza el corrector ortográfico.

10. Para hacer pruebas, el mejor destinatario eres tú mismo.

11. No precises los detalles de un determinado problema y sé muy cauteloso al introducir tus datos personales.

12. Utiliza los Emoticones (Caritas). Ellos son la gestualidad de Internet.




sábado, 26 de mayo de 2012

GIOVANNI BOCCACCIO, EL DECAMERÓN

GIOVANNI BOCCACCIO
Giovanni Boccaccio fue un escritor y humanista italiano. 
Es uno de los padres, junto con Dante y Petrarca, de la literatura en italiano. 

Compuso también varias obras en latín.

Es recordado sobre todo como autor de El Decamerón



Dante, Petrarca y Boccaccio por Giorgio Vasari

EL DECAMERÓN
Su obra más importante es El Decamerón, iniciado en 1348 y acabado en 1353.
El Decamerón es una colección de cien relatos.
Un grupo de diez amigos, tres hombres y siete mujeres se refugian en una villa de las afueras de Florencia para escapar de las terribles consecuencias de un brote de la peste que azota a la ciudad. 

Allí se entretienen unos a otros durante un periodo de catorce días con una serie de relatos contados por cada uno de ellos por turno.
Todos cuentan sus historias sobre temas variados, salvo los sábados y domingos que descansan.

Si tienes interés por leer El Decamerón de Giovanni Boccaccio, puedes hacerlo en este enlace:


Un cuento de El Decameron  pintado por Waterhouse



LA HISTORIA DE NASTAGIO DEGLI ONESTI
El pintor renacentista Sandro Botticelli, por encargo de Lorenzo el Magnífico, representó la historia, tomada de la octava novella de la Quinta Jornada de El Decamerón de Boccaccio titulada: "El infierno de los amantes crueles".


Se trata de la historia de un joven de Rávena, Nastagio degli Onesti, rechazado por su amada. 
Nastagio ve en el bosque a una mujer perseguida por un jinete que, cuando la alcanza, la ataca y mata.



Inmediatamente, ella se levanta y vuelve a repetirse el castigo sin fin, debido a que se trata de fantasmas, una maldición, ya que la joven perseguida no atendió a los requerimientos de su pretendiente y éste se suicidó.




Nastagio cree que tal aparición puede serle útil en el proceso de sus amores. 
El joven celebra un banquete en aquel paraje para que su desdeñosa amada vea la aparición.




Con lo que consigue finalmente vencer la resistencia de la esquiva dama y llegar a un matrimonio feliz.


El último cuadro de la serie pintada por Botticelli representa el rico banquete nupcial de Nastagio  degli Onesti y su amada.




SI QUIERES SABER MÁS DE BOCCACCIO
Puedes leer este artículo de Fernando Savater sobre el autor.

FERNANDO SAVATER Boccaccio y la comedia humana


Decameron por Winterhalter







miércoles, 16 de mayo de 2012

CARLOS FUENTES, EL QUE INVENTÓ LA PÓLVORA



CARLOS FUENTES

Carlos Fuentes nació en Ciudad de Panamá y pasó su infancia, como hijo de diplomático, acompañando a su padre en los diversos países donde era destinado.
Fue educado en los colegios más prestigiosos de Santiago de Chile, de Buenos Aires, de Quito, de Montevideo y de Río de Janeiro.  
Vivieron también, por un corto periodo, en Washington, en EE UU. 
Los tres meses que duraban las vacaciones los pasaba en su país, México, pues sus padres siempre quisieron que aprendiera la historia de su país y que no perdiera, jamás, el acento ni las costumbres.
Ya en México, se licenció en Derecho en la Universidad Nacional Autónoma de México, estudiando después Economía en el Instituto de Altos Estudios Internacionales de Ginebra. 

En 1955, fundó con Emanuel Carballo y Octavio Paz la "Revista Mexicana de Literatura". 


Mario Vargas Llosa, Carlos Fuentes y Gabriel García Márquez

En 1964, empezó su amistad con Gabriel García Márquez, los dos representantes más notorios del boom latinoamericano, junto con Mario Vargas Llosa y Julio Cortázar.


Fue delegado de México en numerosos organismos internacionales y desde 1972 a 1976 embajador de su país en Francia. 

Destacó como profesor en las universidades de Princeton y Columbia, y catedrático en las de Harvard y Cambridge.

Gran aficionado al cine, escribió varios guiones cinematográficos. 


Decidió ser escritor a los 21 años, se casó dos veces y tuvo tres hijos, de los cuales fallecieron dos, antes de la muerte del escritor en Ciudad de México el 15 de mayo del 2012. 
Sus cenizas reposarán en París junto a las de sus hijos.











PREMIOS Y HONORES

Entre otros honores, fue Doctor Honoris Causa por numerosas universidades, miembro de la Legión de Honor, cuenta con múltiples premios como el Cervantes en 1987 o el Príncipe de Asturias en 1994, así como con la Gran Cruz de la Orden de Isabel la Católica. 

En 2001, fue nombrado miembro honorario de la Academia Mexicana de la Lengua. 
OBRA

Carlos Fuentes es autor de una veintena de novelas, 

Entre sus obras más importantes destacan La muerte de Artemio Cruz aparecida en 1962 y Gringo viejo publicada en 1985. 


Fue también autor de numerosos ensayos y de obras de teatro.

Durante toda su vida colaboró en periódicos y revistas de ambos lados del Atlántico. 




LITERATURA DE FRONTERA

Carlos Fuentes fue un intelectual extraordinario que cuestionó durante toda su vida a su país, México, por ser incapaz de construir una democracia más auténtica y desde la literatura encaminó a la narrativa en lengua española hacia la modernidad.

Los libros de Carlos Fuentes siempre han pretendido ser un intento por hacer dialogar a las culturas precolombinas con el lenguaje del colonizador.
Esto se percibe también en sus textos más recientes y actuales, como La frontera de cristal, un conjunto de historias cuyo marco es el límite que separa México de Estados Unidos y en las cuales el habla coloquial se sostiene sobre el relato que expresa la dura vida de la frontera.
La obra del escritor mexicano también ha buscado ser un ejercicio constante de diálogo entre culturas. 

















UN RELATO DE CARLOS FUENTES:

EL QUE INVENTÓ LA PÓLVORA

Uno de los pocos intelectuales que aún existían en los días anteriores a la catástrofe, expresó que quizá la culpa de todo la tenía Aldous Huxley. Aquel intelectual -titular de la misma cátedra de sociología, durante el año famoso en que a la humanidad entera se le otorgó un Doctorado Honoris Causa, y clausuraron sus puertas todas las Universidades-, recordaba todavía algún ensayo de Music at Night: los snobismos de nuestra época son el de la ignorancia y el de la última moda; y gracias a éste se mantienen el progreso, la industria y las actividades civilizadas. Huxley, recordaba mi amigo, incluía la sentencia de un ingeniero norteamericano: «Quien construya un rascacielos que dure más de cuarenta años, es traidor a la industria de la construcción». De haber tenido el tiempo necesario para reflexionar sobre la reflexión de mi amigo, acaso hubiera reído, llorado, ante su intento estéril de proseguir el complicado juego de causas y efectos, ideas que se hacen acción, acción que nutre ideas. Pero en esos días, el tiempo, las ideas, la acción, estaban a punto de morir.



La situación, intrínsecamente, no era nueva. Sólo que, hasta entonces, habíamos sido nosotros, los hombres, quienes la provocábamos. Era esto lo que la justificaba, la dotaba de humor y la hacía inteligible. Éramos nosotros los que cambiábamos el automóvil viejo por el de este año. Nosotros, quienes arrojábamos las cosas inservibles a la basura. Nosotros, quienes optábamos entre las distintas marcas de un producto. A veces, las circunstancias eran cómicas; recuerdo que una joven amiga mía cambió un desodorante por otro sólo porque los anuncios le aseguraban que la nueva mercancía era algo así como el certificado de amor a primera vista. Otras, eran tristes; uno llega a encariñarse con una pipa, los zapatos cómodos, los discos que acaban teñidos de nostalgia, y tener que desecharlos, ofrendarlos al anonimato del ropavejero y la basura, era ocasión de cierta melancolía.



Nunca hubo tiempo de averiguar a qué plan diabólico obedeció, o si todo fue la irrupción acelerada de un fenómeno natural que creíamos domeñado. Tampoco, dónde se inició la rebelión, el castigo, el destino -no sabemos cómo designarlo. El hecho es que un día, la cuchara con que yo desayunaba, de legítima plata Christoph; se derritió en mis manos. No di mayor importancia al asunto, y suplí el utensilio inservible con otro semejante, del mismo diseño, para no dejar incompleto mi servicio y poder recibir con cierta elegancia a doce personas. La nueva cuchara duró una semana; con ella, se derritió el cuchillo. Los nuevos repuestos no sobrevivieron las setenta y dos horas sin convertirse en gelatina. Y claro, tuve que abrir los cajones y cerciorarme: toda la cuchillería descansaba en el fondo de las gavetas, excreción gris y espesa. Durante algún tiempo, pensé que estas ocurrencias ostentaban un carácter singular. Buen cuidado tomaron los felices propietarios de objetos tan valiosos en no comunicar algo que, después tuvo que saberse, era ya un hecho universal. Cuando comenzaron a derretirse las cucharas, cuchillos, tenedores, amarillentos, de alumno y hojalata, que usan los hospitales, los pobres, las fondas, los cuarteles, no fue posible ocultar la desgracia que nos afligía. Se levantó un clamor: las industrias respondieron que estaban en posibilidad de cumplir con la demanda, mediante un gigantesco esfuerzo, hasta el grado de poder reemplazar los útiles de mesa de cien millones de hogares, cada veinticuatro horas.


El cálculo resultó exacto. Todos los días, mi cucharita de té -a ella me reduje, al artículo más barato, para todos los usos culinarios- se convertía, después del desayuno, en polvo. Con premura, salíamos todos a formar cola para adquirir una nueva. Que yo sepa, muy pocas gentes compraron al mayoreo; sospechábamos que cien cucharas adquiridas hoy serían pasta mañana, o quizá nuestra esperanza de que sobrevivieran veinticuatro horas era tan grande como infundada. Las gracias sociales sufrieron un deterioro total; nadie podía invitar a sus amistades, y tuvo corta vida el movimiento, malentendido y nostálgico, en pro de un regreso a las costumbres de los vikingos.



Esta situación, hasta cierto punto amable, duró apenas seis meses. Alguna mañana, terminaba mi cotidiano aseo dental. Sentí que el cepillo, todavía en la boca, se convertía en culebrita de plástico; lo escupí en pequeños trozos. Este género de calamidades comenzó a repetirse casi sin interrupciones. Recuerdo que ese mismo día, cuando entré a la oficina de mi jefe en el Banco, el escritorio se desintegró en terrones de acero, mientras los puros del financiero tosían y se deshebraban, y los cheques mismos daban extrañas muestras de inquietud... Regresando a la casa, mis zapatos se abrieron como flor de cuero, y tuve que continuar descalzo. Llegué casi desnudo: la ropa se habla caído a jirones, los colores de la corbata se separaron y emprendieron un vuelo de mariposas. Entonces me di cuenta de otra cosa: los automóviles que transitaban por las calles se detuvieron de manera abrupta, y mientras los conductores descendían, sus sacos haciéndose polvo en las espaldas, emanando un olor colectivo de tintorería y axilas, los vehículos, envueltos en gases rojos, temblaban. Al reponerme de la impresión, fijé los ojos en aquellas carrocerías. La calle hervía en una confusión de caricaturas: Fords Modelo T, carcachas de 1909, Tin Lizzies, orugas cuadriculadas, vehículos pasados de moda.



La invasión de esa tarde a las tiendas de ropa y muebles, a las agencias de automóvil, resulta indescriptible. Los vendedores de coches -esto podría haber despertado sospechas- ya tenían preparado el Modelo del Futuro, que en unas cuantas horas fue vendido por millares. (Al día siguiente, todas las agencias anunciaron la aparición del Novísimo Modelo del Futuro, la ciudad se llenó de anuncios démodé del Modelo del día anterior -que, ciertamente, ya dejaba escapar un tufillo apolillado-, y una nueva avalancha de compradores cayó sobre las agencias.)



Aquí debo insertar una advertencia. La serie de acontecimientos a que me vengo refiriendo, y cuyos efectos finales nunca fueron apreciados debidamente, lejos de provocar asombro o disgusto, fueron aceptados con alborozo, a veces con delirio, por la población de nuestros países. Las fábricas trabajaban a todo vapor y terminó el problema de los desocupados. Magnavoces instalados en todas las esquinas, aclaraban el sentido de esta nueva revolución industrial: los beneficios de la libre empresa llegaban hoy, como nunca, a un mercado cada vez más amplio; sometida a este reto del progreso, la iniciativa privada respondía a las exigencias diarias del individuo en escala sin paralelo; la diversificación de un mercado caracterizado por la renovación continua de los artículos de consumo aseguraba una vida rica, higiénica y libre. «Carlomagno murió con sus viejos calcetines puestos -declaraba un cartel- usted morirá con unos Elasto-Plastex recién salidos de la fábrica.» La bonanza era increíble; todos trabajaban en las industrias, percibían enormes sueldos, y los gastaban en cambiar diariamente las cosas inservibles por los nuevos productos. Se calcula que, en mi comunidad solamente, llegaron a circular en valores y en efectivo, más de doscientos mil millones de dólares cada dieciocho horas.

El abandono de las labores agrícolas se vio suplido, y concordado, por las industrias química, mobiliaria y eléctrica. Ahora comíamos píldoras de vitamina, cápsulas y granulados, con la severa advertencia médica de que era necesario prepararlos en la estufa y comerlos con cubiertos (las píldoras, envueltas por una cera eléctrica, escapan al contacto con los dedos del comensal).

Yo, justo es confesarlo, me adapté a la situación con toda tranquilidad. El primer sentimiento de terror lo experimenté una noche, al entrar a mi biblioteca. Regadas por el piso, como larvas de tinta, yacían las letras de todos los libros. Apresuradamente, revisé varios tomos: sus páginas, en blanco. Una música dolorosa, lenta, despedida, me envolvió; quise distinguir las voces de las letras; al minuto agonizaron. Eran cenizas. Salí a la calle, ansioso de saber qué nuevos sucesos anunciaba éste; por el aire, con el loco empeño de los vampiros, corrían nubes de letras; a veces, en chispazos eléctricos, se reunían... amor rosa palabra, brillaban un instante en el cielo, para disolverse en llanto. A la luz de uno de estos fulgores, vi otra cosa: nuestros grandes edificios empezaban a resquebrajarse; en uno, distinguí la carrera de una vena rajada que se iba abriendo por el cuerpo de cemento. Lo mismo ocurría en las aceras, en los árboles, acaso en el aire. La mañana nos deparó una piel brillante de heridas. Buen sector de obreros tuvo que abandonar las fábricas para atender a la reparación material de la ciudad; de nada sirvió, pues cada remiendo hacía brotar nuevas cuarteaduras.

Aquí concluía el periodo que pareció haberse regido por el signo de las veinticuatro horas. A partir de este instante, nuestros utensilios comenzaron a descomponerse en menos tiempo; a veces en diez, a veces en tres o cuatro horas. Las calles se llenaron de montañas de zapatos y papeles, de bosques de platos rotos, dentaduras postizas, abrigos desbaratados, de cáscaras de libros, edificios y pieles, de muebles y flores muertas y chicle y aparatos de televisión y baterías. Algunos intentaron dominar a las cosas, maltratarlas, obligarlas a continuar prestando sus servicios; pronto se supo de varias muertes extrañas de hombres y mujeres atravesados por cucharas y escobas, sofocados por sus almohadas, ahorcados por las corbatas. Todo lo que no era arrojado a la basura después de cumplir el término estricto de sus funciones, se vengaba así del consumidor reticente.

La acumulación de basura en las calles las hacía intransitables. Con la huida del alfabeto, ya no se podían escribir directrices; los magnavoces dejaban de funcionar cada cinco minutos, y todo el día se iba en suplirlos con otros. ¿Necesito señalar que los basureros se convirtieron en la capa social privilegiada, y que la Hermandad Secreta de Verrere era, de facto, el poder activo detrás de nuestras instituciones republicanas? De viva voz se corrió la consigna: los intereses sociales exigen que para salvar la situación se utilicen y consuman las cosas con una rapidez cada día mayor. Los obreros ya no salían de las fábricas; en ellas se concentró la vida de la ciudad, abandonándose a su suerte edificios, plazas, las habitaciones mismas. En las fábricas, tengo entendido que un trabajador armaba una bicicleta, corría por el patio montado en ella; la bicicleta se reblandecía y era tirada al carro de la basura que, cada día más alto, corría como arteria paralítica por la ciudad; inmediatamente, el mismo obrero regresaba a armar otra bicicleta, y el proceso se repetía sin solución. Lo mismo pasaba con los demás productos; una camisa era usada inmediatamente por el obrero que la fabricaba, y arrojada al minuto; las bebidas alcohólicas tenían que ser ingeridas por quienes las embotellaban, y las medicinas de alivio respectivas por sus fabricantes, que nunca tenían oportunidad de emborracharse. Así sucedía en todas las actividades.

Mi trabajo en el Banco ya no tenía sentido. El dinero había dejado de circular desde que productores y consumidores, encerrados en las factorías, hacían de los dos actos uno. Se me asignó una fábrica de armamentos como nuevo sitio de labores. Yo sabía que las armas eran llevadas a parajes desiertos, y usadas allí; un puente aéreo se encargaba de transportar las bombas con rapidez, antes de que estallaran, y depositarlas, huevecillos negros, entre las arenas de estos lugares misteriosos.

Ahora que ha pasado un año desde que mi primera cuchara se derritió, subo a las ramas de un árbol y trato de distinguir, entre el humo y las sirenas, algo de las costras del mundo. El ruido, que se ha hecho sustancia, gime sobre los valles de desperdicio; temo -por lo que mis últimas experiencias con los pocos objetos servibles que encuentro delatan- que el espacio de utilidad de las cosas se ha reducido a fracciones de segundo. Los aviones estallan en el aire, cargados de bombas; pero un mensajero permanente vuela en helicóptero sobre la ciudad, comunicando la vieja consigna: «Usen, usen, consuman, consuman, ¡todo, todo!» ¿Qué queda por usarse? Pocas cosas, sin duda.

Aquí, desde hace un mes, vivo escondido, entre las ruinas de mi antigua casa. Huí del arsenal cuando me di cuenta que todos, obreros y patrones, han perdido la memoria, y también, la facultad previsora... Viven al día, emparedados por los segundos. Y yo, de pronto, sentí la urgencia de regresar a esta casa, tratar de recordar algo apenas estas notas que apunto con urgencia, y que tampoco dicen de un año relleno de datos- y formular algún proyecto.

¡Qué gusto! En mi sótano encontré un libro con letras impresas; es Treasure Island, y gracias a él, he recuperado el recuerdo de mí mismo, el ritmo de muchas cosas... Termino el libro («¡Pieces of eight! ¡Pieces of eight!») y miro en redor mío. La espina dorsal de los objetos despreciados, su velo de peste. ¿Los novios, los niños, los que sabían cantar, dónde están, por qué los olvidé, los olvidamos, durante todo este tiempo? ¿Qué fue de ellos mientras sólo pensábamos (y yo sólo he escrito) en el deterioro y creación de nuestros útiles? Extendí la vista sobre los montones de inmundicia. La opacidad chiclosa se entrevera en mil rasguños; las llantas y los trapos, la obsesidad maloliente, la carne inflamada del detritus, se extienden enterrados por los cauces de asfalto; y pude ver algunas cicatrices, que eran cuerpos abrazados, manos de cuerda, bocas abiertas, y supe de ellos.

No puedo dar idea de los monumentos alegóricos que sobre los desperdicios se han construido, en honor de los economistas del pasado. El dedicado a las Armonías de Bastiat, es especialmente grotesco.

Entre las páginas de Stevenson, un paquete de semillas de hortaliza. Las he estado metiendo en la tierra, ¡con qué gran cariño!... Ahí pasa otra vez el mensajero:

«USEN TODO... TODO... TODO»

Ahora, ahora un hongo azul que luce penachos de sombra y me ahoga en el rumor de los cristales rotos...

Estoy sentado en una playa que antes -si recuerdo algo de geografía- no bañaba mar alguno. No hay más muebles en el universo que dos estrellas, las olas y arena. He tomado unas ramas secas; las froto, durante mucho tiempo... ah, la primera chispa...

FIN







LOS DÍAS ENMASCARADOS




Si te apetece leer algo más de Carlos Fuentes aquí tienes un enlace con algunos de sus relatos:














sábado, 12 de mayo de 2012

THEODORE ROETHKE, THE GERANIUM


THEODORE ROETHKE

The Geranium

When I put her out, once, by the garbage pail,
She looked so limp and bedraggled,
So foolish and trusting, like a sick poodle,
Or a wizened aster in late September,
I brought her back in again
For a new routine--
Vitamins, water, and whatever
Sustenance seemed sensible
At the time: she'd lived
So long on gin, bobbie pins, half-smoked cigars, dead beer,
Her shriveled petals falling
On the faded carpet, the stale
Steak grease stuck to her fuzzy leaves.
(Dried-out, she creaked like a tulip.)


The things she endured!--
The dumb dames shrieking half the night
Or the two of us, alone, both seedy,
Me breathing booze at her,
She leaning out of her pot toward the window.


Near the end, she seemed almost to hear me--
And that was scary--
So when that snuffling cretin of a maid
Threw her, pot and all, into the trash-can,
I said nothing.


But I sacked the presumptuous hag the next week,

I was that lonely.

Theodore Roethke

VÍDEO: THE GERANIUM

En este vídeo puedes ver una representación visual y recitada del poema de Theodore Roethke.





MEDITACIONES Y OTROS POEMAS  Theodore Roethke
Por si te apetece leer su poesía en español:






El Cuaderno celebrará sus 30 números de vida adelantando parte del contenido de Meditaciones y otros poemas, Ediciones Trea, un volumen que plantea una extensa selección de la obra del poeta norteamericano Theodore Roethke (1908-1963) con traducciones de Luis Javier Moreno.


Si deseas más información visita este enlace:


jueves, 3 de mayo de 2012

GRUPO DE TEATRO, CURSO 2011-2012




GRUPO DE TEATRO DEL IES MENÉNDEZ PIDAL
XVIII JORNADAS DE TEATRO ESCOLAR
El miércoles 9 de mayo del 2012, a las 20:15, en la Casa de la Cultura de Avilés, el Grupo de Teatro del IES Menéndez Pidal representa las siguientes obras:



13 Y MARTES
Jean Pierre Martínez


Una comedia de Jean Pierre Martínez

Jerónimo y Cristina han invitado a cenar a una pareja de amigos. 
Pero la señora llega sola, deshecha. Acaba de saber que el avión que traía a su marido a París se ha estrellado en el mar. 
Pendientes de las noticias con la posible viuda para saber si su marido forma o no forma parte de los supervivientes, la pareja descubre de pronto que acaba de ganar el bote de la primitiva de ese martes 13. 

La consigna es, a partir de ese momento, "disimula tu alegría".
Numerosas e impredecibles peripecias se suceden a lo largo de esta agitada jornada...


13 y martes está interpretada por Erika, Omar y Ana.




ATRACO CON EL CORAZÓN 
Carmen Pombero


La Vampi es una atracadora local que ha visto muchas películas. 
La Nini también ha visto películas, pero menos.

Ambas son personajes anónimos y solitarios de la gran ciudad. Pero se tienen la una a la otra y pasan el tiempo de la mejor manera que saben: sentadas frente al televisor.
Aunque, habitualmente, buscan otras distracciones…


Atraco con el corazón, es una pieza corta de Carmen Pombero y está representada por Cova y por Olaya en los papeles de la Vampi y la Nini y por Sara y Andrius como los dueños de la tienda. 


ESCUCHAR EL SILENCIO
Pilar Alberdi


En esta pieza corta de Pilar Alberdi, las protagonistas, Rema y Rómula, son dos vagabundas que se ganan la vida en la calle ejerciendo de mimos callejeros.
Al mismo tiempo que nos adentramos en sus vidas, podemos entender el mundo desde esa otra perspectiva y aprender a escuchar el silencio mediante la evidencia de su discurso.


En Escuchar el silencio Olaya y Cova hacen los papeles de Rema y Rómula.


LA CASA DE BERNARDA ALBA
Federico García Lorca




Adaptación libre de la obra clásica de Federico García Lorca en la que se ha rescatado un abanico de las escenas más representativas, quedándose con sus personajes.
Se ha tomado la licencia de  cambiar el final bajo un prisma más actual, respetando la personalidad de cada personaje.
Entendiéndolos bajo un posible final diferente al de la obra, se muestran nuevas posibilidades de acción.


Los personajes de La casa de Bernalda Alba están interpretados por Susana, Raquel, Sara, Andrius, Noelia, Miriam y Verónica.
La dirección del Grupo de Teatro del Menéndez Pidal corre a cargo de Konchi Rodríguez.