PÁGINAS

sábado, 27 de diciembre de 2014

ANTON CHEJOV, LOS MUCHACHOS

Anton Chejov retratado por su hermano Nikolai Chejov

ANTON CHEJOV
Anton Chéjov fue un escritor y autor teatral ruso.

Perteneció al Realismo psicológico, fue maestro del relato corto, siendo considerado como uno de los más importantes escritores de cuentos de la literatura universal.
En Estados Unidos, autores como Tennessee Williams, Raymond Carver o Arthur Miller utilizaron técnicas de Chejov para escribir algunas de sus obras.
Los muchachos es uno de sus cuentos de tema navideño.



LOS MUCHACHOS


























Noche de Navidad por Samuel Carr

-¡Volodia ha llegado! -gritó alguien en el patio.

-¡El niño Volodia ha llegado! -repitió la criada Natalia irrumpiendo ruidosamente en el comedor- ¡Ya está ahí!

Toda la familia de Korolyov, que esperaba de un momento a otro la llegada de Volodia, corrió a las ventanas. En el patio, junto a la puerta, se veían unos amplios trineos, arrastrados por tres caballos blancos, a la sazón envueltos en vapor. 



Los trineos estaban vacíos; Volodia se hallaba ya en el vestíbulo, y hacía esfuerzos para despojarse de su bufanda de viaje. Sus manos rojas, con los dedos casi helados, no lo obedecían. Su abrigo de colegial, su gorra, sus chanclos y sus cabellos estaban blancos de nieve. 

Su madre y su tía lo estrecharon, hasta casi ahogarlo, entre sus brazos. 

-¡Por fin! ¡Queridito mío! ¿Qué tal? 

La criada Natalia había caído a sus pies y trataba de quitarle los chanclos. Sus hermanitas lanzaban gritos de alegría. Las puertas se abrían y se cerraban con estrépito en toda la casa. El padre de Volodia, en mangas de camisa y las tijeras en la mano, acudió al vestíbulo y quiso abrazar a su hijo; pero éste se hallaba tan rodeado de gente, que no era empresa fácil. 



-¡Volodia, hijito! Te esperábamos ayer... ¿Qué tal?... ¡Pero, por Dios, déjenme abrazarlo! ¡Creo que también tengo derecho! 
Milord, un enorme perro negro, estaba también muy agitado. Sacudía la cola contra los muebles y las paredes y ladraba con su voz potente de bajo: ¡Guau! ¡Guau! 
Durante algunos minutos aquello fue un griterío indescriptible. 
Luego, cuando se hubieron fatigado de gritar y de abrazarse, los Korolyov se dieron cuenta de que además de Volodia se encontraba allí otro hombrecito, envuelto en bufandas y tapabocas e igualmente blanco de nieve. Permanecía inmóvil en un rincón, oculto en la sombra de una gran pelliza colgada en la percha. 

-Volodia, ¿quién es ése? - preguntó muy quedo la madre. 

-¡Ah, sí!- recordó Volodia. Tengo el honor de presentarles a mi camarada Lentilov, alumno de segundo año. Lo he invitado a pasar con nosotros las Navidades. 

-¡Muy bien, muy bien! ¡Sea usted bienvenido! -dijo con tono alegre el padre-. Perdóneme; estoy en mangas de camisa. Natalia, ayuda al señor Lentilov a quitarse la ropa. ¡Largo, Milord! ¡Me aburres con tus ladridos! 


Bodegón con samovar por Igor Babailov

Un cuarto de hora más tarde Volodia y Lentilov, aturdidos por la acogida ruidosa y rojos aún de frío, estaban sentados en el comedor y tomaban té. El sol de invierno, atravesando los cristales medio helados, brillaba sobre el samovar y sobre la vajilla. Hacía calor en el comedor, y los dos muchachos parecían por completo felices.

-¡Bueno, ya llegan las Navidades! -dijo el señor Korolyov, encendiendo un grueso cigarrillo-. ¡Cómo pasa el tiempo! No hace mucho que tu madre lloraba al irte tú al colegio, y ahora hete ya de vuelta. Señor Lentilov, ¿un poco más de té? Tome usted pasteles. No esté usted cohibido, se lo ruego. Está usted en su casa.





















El día de la partida por Aleksei Ivanovich Korzukhin



Las tres hermanas de Volodia -Katia, Sonia y Masha-, de las que la mayor no tenía más que once años, se hallaban asimismo sentadas a la mesa, y no quitaban ojo del amigo de su hermano. Lentilov era de la misma estatura y la misma edad que Volodia, pero más moreno y más delgado. Tenía la cara cubierta de pecas, el cabello crespo, los ojos pequeños, los labios gruesos. Era, en fin, muy feo, y sin el uniforme de colegial se le hubiera podido confundir por un pillete.

Su actitud era triste; guardaba un constante silencio y no había sonreído ni una sola vez. Las niñas, mirándolo, comprendieron al punto que debía de ser un hombre en extremo inteligente y sabio. Hallábase siempre tan sumido en sus reflexiones, que si le preguntaban algo sufría un ligero sobresalto y rogaba que le repitiesen la pregunta.

Las niñas habían observado también que el mismo Volodia, siempre tan alegre y parlanchín, casi no hablaba y se mantenía muy grave. Hasta se diría que no experimentaba contento alguno al encontrarse entre los suyos. En la mesa, sólo una vez se dirigió a sus hermanas, y lo hizo con palabras por demás extrañas; señaló al samovar y dijo:



-En California se bebe ginebra en vez de té.



También él se hallaba absorto en no sabían qué pensamientos. A juzgar por las miradas que cambiaba de vez en cuando con su amigo, los de uno y otro eran los mismos.























Preparación para la Navidad por Sergey Vasilievich Dosekin


Luego del té se dirigieron todos al cuarto de los niños. El padre y las muchachas se sentaron en torno de la mesa y reanudaron el trabajo que había interrumpido la llegada de los dos jóvenes. Hacían, con papel de diferentes colores, flores artificiales para el árbol de Navidad. Era un trabajo divertido y muy interesante. Cada nueva flor era acogida con gritos de entusiasmo, y aun a veces con gritos de horror, como si la flor cayese del cielo. El padre parecía también entusiasmado. A menudo, cuando las tijeras no cortaban bastante bien, las tiraba al suelo con cólera. 

La familia Blodgett en Navidad por Eastman Johnson 

De vez en cuando entraba la madre, grave y atareada, y preguntaba:



-¿Quién ha agarrado mis tijeras? ¿Has sido tú, Iván Nicolayevich?



-¡Dios mío! -se indignaba Iván Nicolayevich con voz llorosa. ¡Hasta de tijeras me privan!



Su actitud era la de un hombre atrozmente ultrajado pero, un instante después, volvía de nuevo a entusiasmarse.



El año anterior, cuando Volodia había venido del colegio a pasar en casa las vacaciones de invierno, había manifestado mucho interés por estos preparativos; había fabricado también flores; se había entusiasmado ante el árbol de Navidad; se había preocupado de su ornamentación. A la sazón no ocurría lo mismo. Los dos muchachos manifestaban una indiferencia absoluta hacía las flores artificiales. Ni siquiera mostraban el menor interés por los dos caballos que había en la cuadra. 


Niños colgando el acebo de Navidad por Rosa Petherick


Se sentaron junto a la ventana, separados de los demás, y se pusieron a hablar por lo bajo. Luego abrieron un atlas geográfico, y empezaron a examinar una de las cartas.

-Por de pronto, a Perm -decía muy quedo Lentilov- de allí, a Tiumen.... Después, a Tomsk...

-Espera... Eso es de Tomsk a Kamchatka...

-En Kamchatka Los samoyedos lo llevan a uno en una canoa atravesando el estrecho de Bering. Y ahora ya estamos en América. Allí hay muchas fieras...

-¿Y California? -preguntó Volodia.

-California está más al sur. Una vez en América, está muy cerca... Para vivir es necesario cazar y robar.



Durante todo el día Lentilov se mantuvo a distancia de las muchachas y las miró con desconfianza. Por la tarde, después de merendar, se encontró durante algunos minutos completamente solo con ellas. La cortesía más elemental exigía que les dijese algo. Se frotó con aire solemne las manos, tosió, miró severamente a Katia y preguntó:

-¿Ha leído usted a Mayne Reid?

-No... Dígame: ¿sabe usted patinar?



Edición rusa de Mayne Reid de 1908

Lentilov no contestó nada. Infló los carrillos y resopló como un hombre que tiene mucho calor. Luego, tras una corta pausa, dijo:

-Cuando una manada de bisontes corre a través de la pradera, la tierra tiembla bajo sus pies y los mustangs asustados dan coces y relinchan.

Tras un nuevo silencio, añadió:

-Los indios atacan con frecuencia los trenes. Pero lo peor son los mosquitos y las termitas.

-¿Y qué es eso?

-Una especie de hormigas, pero con alas. Muerden que da miedo... ¿Sabe usted quién soy yo?

-El señor Lentilov.

-No. Me llamo Montehomo, Garra de Buitre, jefe de los Invencibles.
Fort Laramie, grabado a color del siglo XIX


Masha, la más joven, miró a la oscuridad por la ventana y dijo pensativa.
- Y lentejas para cenar ayer.

Las niñas, que no habían comprendido nada, lo miraron con respeto y un poco de miedo.



Lentilov pronunciaba palabras extrañas. Él y Volodia conspiraban siempre y hablaban en voz baja; no tomaban parte en los juegos y se mantenían muy graves; todo esto era misterioso, enigmático. Las dos niñas mayores, Katia y Sonia, comenzaron a espiar a ambos muchachos. Por la noche, cuando los muchachos se fueron a acostar, se acercaron de puntillas a la puerta de su cuarto y se pusieron a escuchar. ¡Santo Dios lo que supieron!



Supieron que ambos muchachos se aprestaban a huir a algún punto de América para buscar oro. Todo estaba ya preparado para su viaje: tenían un revólver, dos cuchillos, galletas, una lente para encender fuego, una brújula y una suma de cuatro rublos. Supieron asimismo que los muchachos debían andar muchos miles de kilómetros, luchar contra los tigres y los salvajes, luego buscar oro y marfil, matar enemigos, hacerse piratas, beber ginebra, y, como remate, casarse con hermosas doncellas y explotar ricas plantaciones.

Mientras las dos niñas espiaban a la puerta los muchachos hablaban con gran animación y se interrumpían.  Lentilov llamaba a Volodia "mi hermano rostro pálido" en tanto que Volodia llamaba a su amigo "Montehomo, Garra de Buitre".

-No hay que decirle nada a mamá -dijo Katia al oído de Sonia mientras se acostaban. Volodia nos traerá de América mucho oro y marfil; pero si se lo dices a mamá no le dejará ir a América.

Todo el día de Nochebuena Lentilov estuvo examinando el mapa de Asia y tomando notas. Volodia, por su parte, andaba cabizbajo y, con sus gruesos mofletes, parecía un hombre picado por una abeja. Iba y venía sin cesar por las habitaciones, y no quería comer. En el cuarto de los niños, se detuvo una vez delante del icono, se persignó y dijo:

-¡Perdóname, Dios mío, soy un gran pecador! ¡Ten piedad de mi pobre y desgraciada mamá!
Icono ruso siglo XVIII / XIX

Por la tarde se echó a llorar. Al ir a acostarse dio un largo abrazo a su padre y  luego abrazó a su madre y a sus hermanas. Katia y Sonia comprendían el motivo de su emoción; pero la pequeñita, Masha, no comprendía nada, absolutamente nada, y miraba a Lentilov con sus grandes ojos asombrados, quedó pensativa y dijo con un suspiro:

"Lentamente llega la Cuaresma, la niñera dice que tendremos que comer guisantes y lentejas."

A la mañana siguiente, temprano, Katia y Sonia se levantaron, y una vez abandonado el lecho se dirigieron quedamente a la habitación de los muchachos, para ver cómo huían a América. Se detuvieron junto a la puerta y oyeron lo siguiente:

-Vamos, ¿quieres ir? -preguntó con cólera Lentilov- Di, ¿no quieres?

-¡Dios mío! -respondió llorando Volodia-. No puedo, no quiero separarme de mamá.

-¡Hermano rostro pálido, partamos! Te lo ruego. Me habías prometido partir conmigo, y ahora te da miedo. ¡Eso está muy mal, hermano rostro pálido!

-No me da miedo; pero... ¿qué va a ser de mi pobre mamá?

-Dímelo de una vez: ¿quieres seguirme o no?

-Yo me iría, pero... esperemos un poco; quiero quedarme aún algunos días con mamá.

-Bueno; en ese caso me voy solo -declaró resueltamente Lentilov-. Me pasaré sin ti. ¡Y pensar que has querido cazar tigres y luchar contra los salvajes! ¡Qué le vamos a hacer! Me voy solo. Dame el revólver, los cuchillos y todo lo demás.

Volodia se echó a llorar con tanta desesperación, que Katia y Sonia, compadecidas, empezaron a llorar también. Hubo algunos instantes de silencio.

-Vamos, ¿no me acompañas? -preguntó una vez más Lentilov.

-Sí, me voy... contigo.

-Bueno; vístete.

Y para dar ánimos a Volodia, Lentilov empezó a contar maravillas de América, a rugir como un tigre, a imitar el ruido de un buque, y prometió en fin a Volodia darle todo el marfil y también todas las pieles de los leones y los tigres que matase.

Aquel muchachito delgado, de cabellos crespos y feo semblante, les parecía a Katia y a Sonia un hombre extraordinario, admirable. Héroe valerosísimo arrostraba todo el peligro y rugía como un león o como un tigre auténticos.

Cuando las dos niñas volvieron a su cuarto, Katia con los ojos arrasados en lágrimas dijo:

-¡Qué miedo tengo!


Una familia en la sala de estar, grabado a color del siglo XIX

Hasta las dos, hora en que se sentaron a la mesa para almorzar, todo estuvo tranquilo. Pero entonces se advirtió la desaparición de los muchachos. Los buscaron en la cuadra, en el jardín; se los hizo buscar después en la aldea vecina; todo fue en vano. A las cinco se merendó, sin los muchachos. Cuando la familia se sentó a la mesa para comer, mamá manifestaba una gran inquietud y lloraba.

Buscaron a Volodia y a su amigo durante toda la noche. Se escudriñaron, con linternas, las orillas del río. En toda la casa, lo mismo que en la aldea, reinaba gran agitación. A la mañana siguiente llegó un oficial de policía. Mamá no cesaba de llorar. Pero hacia el mediodía unos trineos, arrastrados por tres caballos blancos, jadeantes, se detuvieron junto a la puerta.

-¡Es Volodia! -exclamó alguien en el patio.

-¡Volodia está ahí! -gritó la criada Natalia, irrumpiendo como una tromba en el comedor.

El enorme perro Milord, igualmente agitado, hizo resonar sus ladridos en toda la casa: ¡Guau! ¡Guau!

Los dos muchachos habían sido detenidos en la ciudad próxima cuando preguntaban dónde podrían comprar pólvora.

Volodia se lanzó al cuello de su madre. Las niñas esperaban, aterrorizadas, lo que iba a suceder. El señor Korolyov se encerró con ambos muchachos en el gabinete.

-¿Es posible? -decía con tono enojado-. Si se sabe esto en el colegio los pondrán de patitas en la calle. Y a usted, señor Lentilov, ¿no le da vergüenza? Está muy mal lo que ha hecho. Espero que será usted castigado por sus padres... ¿Dónde han pasado la noche?

-¡En la estación! -respondió altivamente

Volodia se acostó, y hubo que ponerle una compresa empapada en vinagre en la cabeza. A la mañana siguiente llegó la madre de Lentilov, avisada por telégrafo. Aquella misma tarde partió con su hijo.

Lentilov, hasta su partida, se mantuvo en una actitud severa y orgullosa. Al despedirse de las niñas no les dijo palabra; pero tomó el cuaderno de Katia y dejó en él, a modo de recuerdo, su autógrafo:

“Montehomo, Garra de Buitre, jefe de los Invencibles”.
Anton Chejov


Árbol de Navidad por Viggo Johansen







lunes, 22 de diciembre de 2014

RUBÉN DARÍO, CUENTO DE NOCHEBUENA




RUBÉN DARÍO
Rubén Darío es un poeta nicaragüense, nacido en Metapa, que está considerado como el máximo representante del Modernismo literario en lengua española.

Es el poeta que ha tenido mayor y más duradera influencia en la poesía hispana del siglo XX, tanto al uno como al otro lado del Atlántico.

Es conocido por sus poemas y relatos como el príncipe de las letras castellanas.

Su fama e influencia fueron enormes pues, ya antes de llegar Rubén Darío a España, su libro de poesía Azul fue muy elogiado por Juan Valera novelista famoso y crítico literario.

El Cuento de Nochebuena es uno de sus cuentos navideños y aquí puedes leerlo a continuación:

CUENTO DE NOCHEBUENA


El hermano Longinos de Santa María era la perla del convento. Perla es decir poco, para el caso; era un estuche, una riqueza, un algo incomparable e inencontrable: lo mismo ayudaba al docto fray Benito en sus copias, distinguiéndose en ornar de mayúsculas los manuscritos, como en la cocina hacía exhalar suaves olores a la fritanga permitida después del tiempo de ayuno; así servía de sacristán, como cultivaba las legumbres del huerto; y en maitines o vísperas, su hermosa voz de sochantre resonaba armoniosamente bajo la techumbre de la capilla. Mas su mayor mérito consistía en su maravilloso don musical; en sus manos, en sus ilustres manos de organista. Ninguno entre toda la comunidad conocía como él aquel sonoro instrumento del cual hacía brotar las notas como bandadas de aves melodiosas; ninguno como él acompañaba, como poseído por un celestial espíritu, las prosas y los himnos, y las voces sagradas del canto llano. Su eminencia el cardenal —que había visitado el convento en un día inolvidable— había bendecido al hermano, primero, abrazádole enseguida, y por último díchole una elogiosa frase latina, después de oírle tocar. Todo lo que en el hermano Longinos resaltaba, estaba iluminado por la más amable sencillez y por la más inocente alegría. Cuando estaba en alguna labor, tenía siempre un himno en los labios, como sus hermanos los pájaritos de Dios. Y cuando volvía, con su alforja llena de limosnas, taloneando a la borrica, sudoroso bajo el sol, en su cara se veía un tan dulce resplandor de jovialidad, que los campesinos salían a las puertas de sus casas, saludándole, llamándole hacia ellos: "¡Eh!, venid acá, hermano Longinos, y tomaréis un buen vaso..." Su cara la podéis ver en una tabla que se conserva en la abadía; bajo una frente noble dos ojos humildes y oscuros, la nariz un tantico levantada, en una ingenua expresión de picardía infantil, y en la boca entreabierta, la más bondadosa de las sonrisas.



Avino, pues, que un día de Navidad, Longinos fuese a la próxima aldea...; pero ¿no os he dicho nada del convento? El cual estaba situado cerca de una aldea de labradores, no muy distante de una vasta floresta, en donde, antes de la fundación del monasterio, había cenáculos de hechiceros, reuniones de hadas, y de silfos, y otras tantas cosas que favorece el poder del Bajísimo, de quien Dios nos guarde. Los vientos del cielo llevaban desde el santo edificio monacal, en la quietud de las noches o en los serenos crepúsculos, ecos misteriosos, grandes temblores sonoros..., era el órgano de Longinos que acompañando la voz de sus hermanos en Cristo, lanzaba sus clamores benditos. Fue, pues, en un día de Navidad, y en la aldea, cuando el buen hermano se dio una palmada en la frente y exclamó, lleno de susto, impulsando a su caballería paciente y filosófica:

—¡Desgraciado de mí! ¡Si mereceré triplicar los cilicios y ponerme por toda la vida a pan y agua! ¡Cómo estarán aguardándome en el monasterio!


Era ya entrada la noche, y el religioso, después de santiguarse, se encaminó por la vía de su convento. Las sombras invadieron la Tierra. No se veía ya el villorrio; y la montaña, negra en medio de la noche, se veía semejante a una titánica fortaleza en que habitasen gigantes y demonios.

Y fue el caso que Longinos, anda que te anda, pater y ave tras pater y ave, advirtió con sorpresa que la senda que seguía la pollina, no era la misma de siempre. Con lágrimas en los ojos alzó éstos al cielo, pidiéndole misericordia al Todopoderoso, cuando percibió en la oscuridad del firmamento una hermosa estrella, una hermosa estrella de color de oro, que caminaba junto con él, enviando a la tierra un delicado chorro de luz que servía de guía y de antorcha. Diole gracias al Señor por aquella maravilla, y a poco trecho, como en otro tiempo la del profeta Balaam, su cabalgadura se resistió a seguir adelante, y le dijo con clara voz de hombre mortal: "Considérate feliz, hermano Longinos, pues por tus virtudes has sido señalado para un premio portentoso." No bien había acabado de oír esto, cuando sintió un ruido, y una oleada de exquisitos aromas. Y vio venir por el mismo camino que él seguía, y guiados por la estrella que él acababa de admirar, a tres señores espléndidamente ataviados. Todos tres tenían porte e insignias reales. El delantero era rubio como el ángel Azrael; su cabellera larga se esparcía sobre sus hombros, bajo una mitra de oro constelada de piedras preciosas; su barba entretejida con perlas e hilos de oro resplandecía sobre su pecho; iba cubierto con un manto en donde estaban bordados, de riquísima manera, aves peregrinas y signos del zodiaco. Era el rey Gaspar, caballero en un bello caballo blanco. El otro, de cabellera negra, ojos también negros y profundamente brillantes, rostro semejante a los que se ven en los bajos relieves asirios, ceñía su frente con una magnífica diadema, vestía vestidos de incalculable precio, era un tanto viejo, y hubiérase dicho de él, con sólo mirarle, ser el monarca de un país misterioso y opulento, del centro de la tierra de Asia. Era el rey Baltasar y llevaba un collar de gemas cabalístico que terminaba en un sol de fuegos de diamantes. Iba sobre un camello caparazonado y adornado al modo de Oriente. El tercero era de rostro negro y miraba con singular aire de majestad; formábanle un resplandor los rubíes y esmeraldas de su turbante. Como el más soberbio príncipe de un cuento, iba en una labrada silla de marfil y oro sobre un elefante. Era el rey Melchor. Pasaron sus majestades y tras el elefante del rey Melchor, con un no usado trotecito, la borrica del hermano Longinos, quien, lleno de mística complacencia, desgranaba las cuentas de su largo rosario.
Y sucedió que —tal como en los días del cruel Herodes— los tres coronados magos, guiados por la estrella divina, llegaron a un pesebre, en donde, como lo pintan los pintores, estaba la reina María, el santo señor José y el Dios recién nacido. Y cerca, la mula y el buey, que entibian con el calor sano de su aliento el aire frío de la noche. Baltasar, postrado, descorrió junto al niño un saco de perlas y de piedras preciosas y de polvo de oro; Gaspar en jarras doradas ofreció los más raros ungüentos; Melchor hizo su ofrenda de incienso, de marfiles y de diamantes...

Entonces, desde el fondo de su corazón, Longinos, el buen hermano Longinos, dijo al niño que sonreía:

—Señor, yo soy un pobre siervo tuyo que en su convento te sirve como puede. ¿Qué te voy a ofrecer yo, triste de mí? ¿Qué riquezas tengo, qué perfumes, qué perlas y qué diamantes? Toma, señor, mis lágrimas y mis oraciones, que es todo lo que puedo ofrendarte.

Y he aquí que los reyes de Oriente vieron brotar de los labios de Longinos las rosas de sus oraciones, cuyo olor superaba a todos los ungüentos y resinas; y caer de sus ojos copiosísimas lágrimas que se convertían en los más radiosos diamantes por obra de la superior magia del amor y de la fe; todo esto en tanto que se oía el eco de un coro de pastores en la tierra y la melodía de un coro de ángeles sobre el techo del pesebre.


Entre tanto, en el convento había la mayor desolación. Era llegada la hora del oficio. La nave de la capilla estaba iluminada por las llamas de los cirios. El abad estaba en su sitial, afligido, con su capa de ceremonia. Los frailes, la comunidad entera, se miraban con sorprendida tristeza. ¿Qué desgracia habrá acontecido al buen hermano?

¿Por qué no ha vuelto de la aldea? Y es la hora del oficio, y todos están en su puesto, menos quien es gloria de su monasterio, el sencillo y sublime organista... ¿Quién se atreve a ocupar su lugar? Nadie. Ninguno sabe los secretos del teclado, ninguno tiene el don armonioso de Longinos. Y como ordena el prior que se proceda a la ceremonia, sin música, todos empiezan el canto dirigiéndose a Dios llenos de una vaga tristeza... De repente, en los momentos del himno, en que el órgano debía resonar... resonó, resonó como nunca; sus bajos eran sagrados truenos; sus trompetas, excelsas voces; sus tubos todos estaban como animados por una vida incomprensible y celestial. Los monjes cantaron, cantaron, llenos del fuego del milagro; y aquella Noche Buena, los campesinos oyeron que el viento llevaba desconocidas armonías del órgano conventual, de aquel órgano que parecía tocado por manos angélicas como las delicadas y puras de la gloriosa Cecilia...

El hermano Longinos de Santa María entregó su alma a Dios poco tiempo después; murió en olor de santidad. Su cuerpo se conserva aún incorrupto, enterrado bajo el coro de la capilla, en una tumba especial, labrada en mármol.


DANIEL VÁZQUEZ DÍAZ

Daniel Vázquez Díaz, fue un pintor español. Considerado un artista que es un puente entre el Realismo y el Cubismo fue un destacado retratista y paisajista.
Todas las pinturas de esta entrada, incluidas los retratos de Rubén Darío como monje cartujo, son obra de Daniel Vázquez Díaz.




domingo, 21 de diciembre de 2014

LOS HERMANOS GRIMM, EL ZAPATERO Y LOS DUENDES

LOS HERMANOS GRIMM
Jacob y Wilhelm Grimm fueron dos hermanos alemanes que ejercieron de profesores universitarios, bibliotecarios, folcloristas, cuentistas y filólogos alemanes y que se hicieron célebres por sus cuentos infantiles titulados Cuentos de niños y del hogar que recogieron de boca del pueblo en dos volúmenes de 1812 y 1815.


Entre los más famosos están: Caperucita Roja, Cenicienta, Blancanieves, Pulgarcito, Barba AzulEl gato con botas, Juan sin MiedoRapunzelHansel y Gretel, Los siete cabritillos y el lobo... 


Los siete cabritillos y el lobo por Rie Cramer, 1927



En principio no estaban dirigidos a un público infantil y algunas de los relatos destacan por su visión cruel de la vida, más tarde se suavizaron y  se adaptaron más al gusto de los niños. 
La colección, aumentada en 1857, reúne doscientos diez cuentos y es conocida como Cuentos de hadas de los hermanos Grimm.

Los hermanos Grimm realizaron los estudios universitarios en Marburg. Los dos estudiaron Derecho en esa ciudad.

En Kassel se desempeñaron como bibliotecarios en la biblioteca de Hesse.


Museo de los hermanos Grimm en Kassel


Son dos de los mejores exponentes de la literatura popular e infantil alemana del siglo XIX. 
El primero, Jacob, aportó al trabajo en conjunto su visión de filólogo y la recuperación de las tradiciones orales narrativas del pueblo alemán.
El segundo, Wilhelm, complementó la obra de Jacob con un estilo poético refinado y de gran belleza plástica.
Su obra tiñe de un barniz culto la  tradición oral de los pueblos alemanes, preludiando el interés del movimiento romántico por lo natural y lo popular. 
Además, son los primeros en trabajar el campo de la filología histórica.
Los hermanos Grimm recogiendo sus cuentos



A los hermanos Grim les debemos el haber sacado a la luz esas joyas de la literatura oral popular que, habiendo surgido de la imaginación poética del pueblo, formaban parte de la riqueza nacional y, sin embargo, habían permanecido hasta entonces en el olvido.

En los Cuentos de hadas de los hermanos Grimm hay gran cantidad de trabajo selectivo,  de síntesis y de redacción que fue necesario para hallar la forma definitiva con la que hoy aparecen recopilados.




Traducidos a más de ciento sesenta idiomas en el mundo, los Cuentos de hadas de los hermanos Grimm constituyen un verdadero clásico de la literatura alemana.
Los manuscritos originales fueron declarados Patrimonio Documental de la Humanidad por la UNESCO en el año 2005.



EL ZAPATERO Y LOS DUENDES

Un zapatero se había empobrecido de tal modo, y no por culpa suya, que, al fin, no le quedaba ya más cuero que para un solo par de zapatos. Cortólos una noche, con propósito de coserlos y terminarlos al día siguiente; y como tenía tranquila la conciencia, acostóse plácidamente y, después de encomendarse a Dios, quedó dormido. A la mañana, rezadas ya sus oraciones y cuando iba a ponerse a trabajar, he aquí que encontró sobre la mesa los dos zapatos ya terminados. Pasmóse el hombre, sin saber qué decir ni qué pensar. Cogió los zapatos y los examinó bien de todos lados. Estaban confeccionados con tal pulcritud que ni una puntada podía reprocharse; una verdadera obra maestra.

A poco entró un comprador, y tanto le gustó el par, que pagó por él más de lo acostumbrado, con lo que el zapatero pudo comprarse cuero para dos pares. Los cortó al anochecer, dispuesto a trabajar en ellos al día siguiente, pero no le fue preciso, pues, al levantarse, allí estaban terminados, y no faltaron tampoco parroquianos que le dieron por ellos el dinero suficiente con que comprar cuero para cuatro pares. A la mañana siguiente otra vez estaban listos los cuatro pares, y ya, en adelante, lo que dejaba cortado al irse a dormir, lo encontraba cosido al levantarse, con lo que pronto el hombre tuvo su buena renta y, finalmente, pudo considerarse casi rico.

Pero una noche, poco antes de Navidad, el zapatero, que ya había cortado los pares para el día siguiente, antes de ir a dormir dijo a su mujer:

– ¿Qué te parece si esta noche nos quedásemos para averiguar quién es que nos ayuda de este modo?

A la mujer parecióle bien la idea; dejó una vela encendida, y luego los dos se ocultaron, al acecho, en un rincón, detrás de unas ropas colgadas.
El zapatero y los duendes por Rie Cramer, 1927


Al sonar las doce se presentaron dos minúsculos y graciosos hombrecillos desnudos que, sentándose a la mesa del zapatero y cogiendo todo el trabajo preparado, se pusieron, con sus diminutos dedos, a punzar, coser y clavar con tal ligereza y soltura, que el zapatero no podía dar crédito a sus ojos. Los duendecillos no cesaron hasta que todo estuvo listo; luego desaparecieron de un salto.

Por la mañana dijo la mujer:

– Esos hombrecitos nos han hecho ricos, y deberíamos mostrarles nuestro agradecimiento. Deben morirse de frío, yendo así desnudos por el mundo. ¿Sabes qué? Les coseré a cada uno una camisita, una chaqueta, un jubón y unos calzones, y, además, les haré un par de medias, y tú les haces un par de zapatitos a cada uno.

A lo que respondió el hombre:
– Me parece muy bien.
Y al anochecer, ya terminadas todas las prendas, las pusieron sobre la mesa, en vez de las piezas de cuero cortadas, y se ocultaron para ver cómo recibirían el obsequio los pequeños duendes. A medianoche llegaron ellos saltando y se dispusieron a emprender su labor habitual; pero en vez del cuero cortado encontraron las primorosas prendas de vestir. Primero se asombraron, pero enseguida se pusieron muy contentos. Vistiéronse con presteza, y, alisándose los vestidos, pusiéronse a cantar:

«¿No somos ya dos mozos guapos y elegantes?
¿Por qué seguir de zapateros como antes?».

Y venga a saltar y a bailar, brincando por sobre mesas y bancos, hasta que, al fin, siempre danzando, pasaron la puerta. Desde entonces no volvieron jamás, pero el zapatero lo pasó muy bien todo el resto de su vida, y le salió a pedir de boca cuanto emprendió.
FIN





domingo, 14 de diciembre de 2014

WILLIAM SHAKESPEARE, POLÉMICAS


POLÉMICAS SOBRE SHAKESPEARE
Conservamos muy pocos documentos que reseñen la vida de William Shakespeare, por esta razón existen todo tipo de especulaciones y teorías sobre determinados aspectos de la vida privada de este famoso dramaturgo inglés y acerca de la autoría de sus obras. 

Se discuten sus relaciones amorosas o si amaba o despreciaba a Anne Hathaway quien fue su esposa durante toda su vida adulta.

Se ha tratado mucho el tema de su género o su presunta homosexualidad por el contenido de determinados versos en sus obras.

Otro asunto muy debatido en torno a Shakespeare es el de la religión a la que pertenecía, si era católico o anglicano.


Es decir, se especula si William Shakespeare era un criptocatólico, esto es, un católico a escondidas, en una época en la que la religión oficial y la única permitida era la anglicana.


Se discute también si es posible que el hijo de un comerciante de pueblo sin apenas estudios fuera capaz de escribir obras de tal calidad literaria.

Por esta razón diversas teorías críticas surgidas en el siglo XVIII atribuyen sus obras a personajes ilustres como Sir Francis Bacon, Edward de Vere, conde de Oxford o Christopher Marlowe. 


Han sido motivo de numerosas especulaciones los llamados años oscuros de Shakespeare, aquellos que van desde su marcha de Stratford-upon-Avon hasta su triunfo teatral en Londres.

Una hipótesis sobre esos años en los que no hay referencias documentadas sobre Shakespeare sostiene que el autor los pasó en Italia y por esta razón muchas de sus obras transcurren en dicho país.

Sin embargo, tampoco existen pruebas definitivas de que ninguna de estas teorías sean ciertas.

No obstante, los rumores y especulaciones sobre la vida y obra de William Shakespeare dan un toque de misterio a su persona y no hacen sino engrandecer la figura del genio.

Para tratar de aplacar esas teorías, el especialista en Shakespeare Paul Edmondson y Stanley Wells, profesor emérito en la Universidad de Birmingham, reunieron en el año 2013 en el libro Shakespeare más allá de toda duda pruebas históricas sobre la identidad del dramaturgo. 

El libro detalla las menciones conocidas al autor desde el siglo XVII y trata de demostrar que Shakespeare trabajó en el mundo teatral de Londres y que no había dudas sobre su identidad y autoría entre sus contemporáneos.
Naturalmente, este libro tiene su réplica en el publicado por John M. Shahan y Alexander Waugh titulado ¿Shakespeare más allá de toda duda?.



William Shakespeare de alguna manera se ha llegado a convertir en una especie de marca o logo que da dinero.

Existen cientos de libros dedicados a la personalidad de William Shakespeare, su vida y su obra. De la misma manera, numerosas películas y series de televisión tratan de acercarnos a su persona y a su época.


Todos los temas relacionados con el Bardo de Avon son interesantes  para el público y cualquier enfoque es válido.
Desde libros de cocina basados en las obras de Shakespeare, pasando por cómic, manga, novelas de ficción, o misterio o del género llamado mashup, todo vale para acercarse a la enigmática figura de William Shakespeare.


Tampoco podemos olvidarnos de la utilización de William Shakespeare como un factor económico que influye poderosamente en los ingresos de todos los lugares con él relacionados.

El autor  de Stratford-upon-Avon sirve como reclamo en la venta de numerosos productos de recuerdos, a veces de dudoso gusto, dedicados a cubrir el mercado de la Shakespearemanía.
Sin olvidarnos de la existencia, en su pueblo natal o en los lugares de alguna manera relacionados con él, de hoteles, albergues, restaurantes, tiendas, museos, jardines, rutas para turistas shakesperianos o negocios y eventos de todo tipo referidos al Bardo de Avon.