PÁGINAS

sábado, 22 de febrero de 2020

ALBA SANZ DE LA CAL, MIRADAS

ALBA SANZ DE LA CAL 

La artista avilesina Alba Sanz de la Cal, antigua alumna del Bachillerato de Artes del IES Ramón Menendez Pidal de Avilés, muestra estos días su primera exposición pictórica en el Hotel 40 Nudos de Avilés.


Esta joven pintora está graduada en la Facultad de Bellas Artes de Salamanca y también fue alumna de la Escuela de Artes y Oficios de Avilés y de la Accademia di Belle Arti di Bologna.


MIRADAS

La pintora avilesina Alba Sanz de la Cal inauguró recientemente, en el hotel 40 Nudos de Avilés, su primera exposición individual titulada Miradas.

Miradas es una recopilación de los trabajos plásticos de la última temporada de esta joven artista. 
En la exposición hay muestra de retratos y de pintura abstracta en la que predomina el color sobre la línea.



Alba Sanz de la Cal ha expuesto su obra con anterioridad en distintas exposiciones colectivas y participa habitualmente en concursos de pintura y fotografía en los que ha recibido varios premios.
La inauguración de esta exposición tuvo lugar el día 7 de febrero de 2020, viernes, a las 19:30 horas.

HORARIO DE LA EXPOSICIÓN MIRADAS DE ALBA SANZ DE LA CAL
Exposición Miradas de Alba Sanz de la Cal del 7 al 29 de febrero de 2020
Horario: de 10:00 a 21:00 horas
Lugar: Hotel 40 Nudos, Sala Bocana (C/ La Fruta, 9, Avilés) 






martes, 18 de febrero de 2020

LAWRENCE FERLINGHETTI, ALLEN GINSBERG ESTÁ MURIENDO


LAWRENCE FERLINGHETTI
Lawrence Ferlinghetti  es un poeta, autor teatral y de ficción, crítico de arte, ensayista, pintor, editor y activista social estadounidense perteneciente a la Generación Beat. 
Nacido en Bronxville, Nueva York, el 24 de marzo de 1919.
Su familia era italiana y, tras el fallecimiento de su padre, pasó parte de su niñez con una tía, en Francia.
Participó como marino en la II Guerra Mundial como oficial al mando de la USS SC-1308: una barcaza de madera con una tripulación de 30 hombres y tres oficiales.  
Intervino en el primer día de la invasión de Normandía y llegó a ser capitán de corbeta.

Está Licenciado en Periodismo por la Universidad de North Carolina, hizo un Máster en la Universidad de Columbia y  está Doctorado por la de la Sorbona en París.

Estuvo casado con Selden Kirby-Smith, a la que conoció durante su viaje a la Sorbona para estudiar. 
El matrimonio tuvo dos hijos y duró hasta la muerte de su mujer en 1976.



Ferlinghetti fue cofundador de la librería City Lights Books de San Francisco y fue el editor de Howl de Allen Ginsberg lo que le acarreó, entre otras acusaciones, la de distribuir material obsceno, lascivo y pornográfico. 


Con estas acusaciones Ferlinghetti fue arrestado, junto con su librero Shigeyoshi Murao,  pero ganó el juicio ya que sus abogados defensores, Jake Ehrlich,  L. Speiser y Al Bendich, consiguieron que se reconociera  el valor de Howl como obra de arte. 
Se discutió sobre la libertad de expresión y los límites del arte.


Este juicio atrajo la atención del país sobre los escritores del movimiento del Renacimiento de San Francisco, la Generación Beat y sobre la propia obra de Lawrence Ferlinghetti.

UN CONEY ISLAND DE LA MENTE
Autor de poesía, obras de teatro, ficción, crítica de arte y ensayos, tiene una docena de libros impresos actualmente en los Estados Unidos, y sus obras han sido traducidas a muchos idiomas.



Un Coney Island de la mente de Ferlinghetti sigue siendo el libro de poesía más popular en los EE. UU.
Se ha traducido a nueve idiomas y hay casi un millón de copias impresas.


SAN FRANCISCO Y FERLINGHETTI

La ciudad de San Francisco en la que reside ha dedicado al poeta numerosos honores.
Ferlinghetti cumplió cien años el 27 de marzo de 2019 y la ciudad de San Francisco declaró en su honor el día 27 de marzo "Día de Lawrence Ferlinghetti". 
Ha sido nombrado hijo predilecto y primer poeta laureado de San Francisco, se le ha dedicado una calle y se ha plantado un árbol en su honor.





LAWRENCE FERLINGHETTI Y ALLEN GINSBERG
Ferlinghetti como editor lanzó The Poet Pocket Series de City Lights, cuyo primer volumen fue su propio poemario, Pictures of the Gone World

Cuando Allen leyó ante unas treinta personas en la Six Gallery su poema Howl, al llegar a casa Ferlinghetti mandó un telegrama a aquel poeta que apenas conocía en el que le decía: "Te saludo al inicio de una gran carrera. ¿Cuándo consigo el manuscrito? 
Ferlinghetti utilizó la misma frase que había usado Ralph Waldo Emerson para elogiar a Walt Whitman y a su obra Hojas de hierba.
Howl apareció en el número cuatro de su colección. A partir de este momento, Ferlinghetti y Allen mantuvieron una de las más largas relaciones conocidas de trabajo y amistad  entre un editor y un escritor.
Ginsberg murió rodeado por su familia y algunos amigos en su apartamento del Lower East Side, de Nueva York. 
El poeta no quiso morir en un hospital y pasó sus últimos momentos  en su casa hablando con los amigos, escribiendo pequeños poemas y practicando la meditación budista.
Este poema de Lawrence Ferlinghetti dedicado a su amigo, fue publicado en los periódicos de EE UU el 5 de abril de 1997, fecha de la muerte de Allen Ginsberg.





ALLEN GINSBERG DYING

Allen Ginsberg is dying
It's in all the papers
It's on the evening news
A great poet is dying
But his voice
                  won't die
His voice is on the land
In Lower Manhattan
in his own bed
he is dying
There is nothing
to do about it
He is dying the death that everyone dies
He is dying the death of the poet
He has a telephone in his hand
and he calls everyone
from his bed in Lower Manhattan
All around the world
late at night
the telephone is ringing
This is Allen
                   the voice says
Allen Ginsberg calling
How many times have they heard it
over the long great years
He doesn't have to say Ginsberg
All around the world
in the world of poets
there is only one Allen
I wanted to tell you he says
He tells them what's happening
what's coming down
on him
Death the dark lover
going down on him
His voice goes by satellite
over the land
over the Sea of Japan
where he once stood naked
trident in hand
like a young Neptune
a young man with black beard
standing on a stone beach
It is hightide and the seabirds cry
The waves break over him now
and the seabirds cry
on the San Francisco waterfront
There is a high wind
There are great whitecaps
lashing the Embarcadero
Allen is on the telephone
His voice is on the waves
I am reading Greek poetry
The sea is in it
Horses weep in it
The horses of Achilles
weep in it
here by the sea
in San Francisco
where the waves weep
They make a sibilant sound
a sibylline sound
Allen
        they whisper
                          Allen

Lawrence Ferlinghetti

April 4, 1997

(Allen died the following day, April 5, 1997)











ALLEN GINSBERG ESTÁ MURIENDO



Allen Ginsberg está muriendo

está en todos los periódicos
en las noticias de la tarde
Un gran poeta está muriendo
Pero su voz
no morirá
Su voz es parte de la tierra
en Lower Manhattan
En su propia cama
está muriendo
Nada se puede hacer
al respecto
Está muriendo la muerte que todos morimos
está muriendo la muerte de un poeta
Tiene un teléfono en la mano
y llama a todo el mundo
desde su cama en
Lower Manhattan
Alrededor del mundo
tarde en la noche
el teléfono está sonando
“Habla Allen”
dice la voz
“Te habla Allen Ginsberg”
cuántas veces lo han escuchado
a lo largo de grandes años
No tiene que decir “Ginsberg”
alrededor del mundo
en el mundo de los poetas
Sólo hay un “Allen”
“Quería contarte”, les dice
Les dice lo que está pasando
qué le está sucediendo
la Muerte, la amante oscura
se viene sobre él
Su voz viaja vía satélite
a través de la tierra
sobre el Mar de Japón
donde él una vez posó desnudo
tridente en mano
como un joven Neptuno
Hombre joven de negra barba
de pie en la playa empedrada
La marea sube mientras las aves marinas lloran
las olas rompen sobre él
y las aves marinas lloran
Frente al mar de San Francisco
hay un viento fuerte
grandes olas blancas
azotando el Embarcadero
Allen está al teléfono
su voz está en las olas
Estoy leyendo poesía griega
el mar está en ella
caballos la lloran
los caballos de Aquiles
la lloran
Aquí junto al mar
en San Francisco
donde las olas lloran
Hacen un sonido silbante
un sonido sibilino
“Allen”
es lo que susurran:
“Allen”
Lawrence Ferlinghetti
4 de abril de 1997
(Allen murió el día siguiente, 5 de abril de 1997)


Para la realización de esta entrada se han utilizado datos e imágenes tomados de las siguientes fuentes: UC Berkeley, Bancroft Library, National Gallery of Art, The Wall Street Journal Magazine, Life Magazine, Encyclopedia of World Biography, Marion Kalter, El País, El Mundo.

lunes, 17 de febrero de 2020

JULIO CORTÁZAR, CARTA A UNA SEÑORITA EN PARÍS


JULIO CORTÁZAR
Julio Florencio Cortázar fue un escritor, traductor e intelectual de nacionalidad argentina.

Julio Cortázar es una de las principales figuras del llamado Boom de la literatura hispanoamericana, y obtuvo un gran reconocimiento internacional. 

Aquí puedes leer "Carta a una señorita en París"
Este relato es el segundo cuento del libro Bestiario de Julio Cortázar.


CARTA A UNA SEÑORITA EN PARÍS

Andrée, yo no quería venirme a vivir a su departamento de la calle Suipacha. No tanto por los conejitos, más bien porque me duele ingresar en un orden cerrado, construido ya hasta en las más finas mallas del aire, esas que en su casa preservan la música de la lavanda, el aletear de un cisne con polvos, el juego del violín y la viola en el cuarteto de Rará. Me es amargo entrar en un ámbito donde alguien que vive bellamente lo ha dispuesto todo como una reiteración visible de su alma, aquí los libros (de un lado en español, del otro en francés e inglés), allí los almohadones verdes, en este preciso sitio de la mesita el cenicero de cristal que parece el corte de una pompa de jabón, y siempre un perfume, un sonido, un crecer de plantas, una fotografía del amigo muerto, ritual de bandejas con té y tenacillas de azúcar... Ah, querida Andrée, qué difícil oponerse, aun aceptándolo con entera sumisión del propio ser, al orden minucioso que una mujer instaura en su liviana residencia. Cuán culpable tomar una tacita de metal y ponerla al otro extremo de la mesa, ponerla allí simplemente porque uno ha traído sus diccionarios ingleses y es de este lado, al alcance de la mano, donde habrán de estar. Mover esa tacita vale por un horrible rojo inesperado en medio de una modulación de Ozenfant, como si de golpe las cuerdas de todos los contrabajos se rompieran al mismo tiempo con el mismo espantoso chicotazo en el instante más callado de una sinfonía de Mozart. Mover esa tacita altera el juego de relaciones de toda la casa, de cada objeto con otro, de cada momento de su alma con el alma entera de la casa y su habitante lejana. Y yo no puedo acercar los dedos a un libro, ceñir apenas el cono de luz de una lámpara, destapar la caja de música, sin que un sentimiento de ultraje y desafio me pase por los ojos como un bando de gorriones. 



Usted sabe por qué vine a su casa, a su quieto salón solicitado de mediodía. Todo parece tan natural, como siempre que no se sabe la verdad. Usted se ha ido a París, yo me quedé con el departamento de la calle Suipacha, elaboramos un simple y satisfactorio plan de mutua convivencia hasta que septiembre la traiga de nuevo a Buenos Aires y me lance a mí a alguna otra casa donde quizá... Pero no le escribo por eso, esta carta se la envío a causa de los conejitos, me parece justo enterarla; y porque me gusta escribir cartas, y tal vez porque llueve.




Me mudé el jueves pasado, a las cinco de la tarde, entre niebla y hastío. He cerrado tantas maletas en mi vida, me he pasado tantas horas haciendo equipajes que no llevaban a ninguna parte, que el jueves fue un día lleno de sombras y correas, porque cuando yo veo las correas de las valijas es como si viera sombras, elementos de un látigo que me azota indirectamente, de la manera más sutil y más horrible. Pero hice las maletas, avisé a la mucama que vendría a instalarme, y subí en el ascensor. Justo entre el primero y segundo piso sentí que iba a vomitar un conejito. Nunca se lo había explicado antes, no crea que por deslealtad, pero naturalmente uno no va a ponerse a explicarle a la gente que de cuando en cuando vomita un conejito. Como siempre me ha sucedido estando a solas, guardaba el hecho igual que se guardan tantas constancias de lo que acaece (o hace uno acaecer) en la privacía total. No me lo reproche, Andrée, no me lo reproche. De cuando en cuando me ocurre vomitar un conejito. No es razón para no vivir en cualquier casa, no es razón para que uno tenga que avergonzarse y estar aislado y andar callándose.

Cuando siento que voy a vomitar un conejito me pongo dos dedos en la boca como una pinza abierta, y espero a sentir en la garganta la pelusa tibia que sube como una efervescencia de sal de frutas. Todo es veloz e higiénico, transcurre en un brevísimo instante. Saco los dedos de la boca, y en ellos traigo sujeto por las orejas a un conejito blanco. El conejito parece contento, es un conejito normal y perfecto, sólo que muy pequeño, pequeño como un conejilo de chocolate pero blanco y enteramente un conejito. Me lo pongo en la palma de la mano, le alzo la pelusa con una caricia de los dedos, el conejito parece satisfecho de haber nacido y bulle y pega el hocico contra mi piel, moviéndolo con esa trituración silenciosa y cosquilleante del hocico de un conejo contra la piel de una mano. Busca de comer y entonces yo (hablo de cuando esto ocurría en mi casa de las afueras) lo saco conmigo al balcón y lo pongo en la gran maceta donde crece el trébol que a propósito he sembrado. El conejito alza del todo sus orejas, envuelve un trébol tierno con un veloz molinete del hocico, y yo sé que puedo dejarlo e irme, continuar por un tiempo una vida no distinta a la de tantos que compran sus conejos en las granjas.




Entre el primero y segundo piso, Andrée, como un anuncio de lo que sería mi vida en su casa, supe que iba a vomitar un conejito. En seguida tuve miedo (¿o era extrañeza? No, miedo de la misma extrañeza, acaso) porque antes de dejar mi casa, sólo dos días antes, había vomitado un conejito y estaba seguro por un mes, por cinco semanas, tal vez seis con un poco de suerte. Mire usted, yo tenía perfectamente resuelto el problema de los conejitos. Sembraba trébol en el balcón de mi otra casa, vomitaba un conejito, lo ponía en el trébol y al cabo de un mes, cuando sospechaba que de un momento a otro... entonces regalaba el conejo ya crecido a la señora de Molina, que creía en un hobby y se callaba. Ya en otra maceta venía creciendo un trébol tierno y propicio, yo aguardaba sin preocupación la mañana en que la cosquilla de una pelusa subiendo me cerraba la garganta, y el nuevo conejito repetía desde esa hora la vida y las costumbres del anterior. Las costumbres, Andrée, son formas concretas del ritmo, son la cuota del ritmo que nos ayuda a vivir. No era tan terrible vomitar conejitos una vez que se había entrado en el ciclo invariable, en el método. Usted querrá saber por qué todo ese trabajo, por qué todo ese trébol y la señora de Molina. Hubiera sido preferible matar en seguida al conejito y... Ah, tendría usted que vomitar tan sólo uno, tomarlo con dos dedos y ponérselo en la mano abierta, adherido aún a usted por el acto mismo, por el aura inefable de su proximidad apenas rota. Un mes distancia tanto; un mes es tamaño, largos pelos, saltos, ojos salvajes, diferencia absoluta Andrée, un mes es un conejo, hace de veras a un conejo; pero el minuto inicial, cuando el copo tibio y bullente encubre una presencia inajenable... Como un poema en los primeros minutos, el fruto de una noche de Idumea: tan de uno que uno mismo... y después tan no uno, tan aislado y distante en su llano mundo blanco tamaño carta. 
Me decidí, con todo, a matar el conejito apenas naciera. Yo viviría cuatro meses en su casa: cuatro -quizá, con suerte, tres- cucharadas de alcohol en el hocico. (¿Sabe usted que la misericordia permite matar instantáneamente a un conejito dándole a beber una cucharada de alcohol? Su carne sabe luego mejor, dicen, aunque yo... Tres o cuatro cucharadas de alcohol, luego el cuarto de baño o un piquete sumándose a los desechos.) 

Al cruzar el tercer piso el conejito se movía en mi mano abierta. Sara esperaba arriba, para ayudarme a entrar las valijas... ¿Cómo explicarle que un capricho, una tienda de animales? Envolví el conejito en mi pañuelo, lo puse en el bolsillo del sobretodo dejando el sobretodo suelto para no oprimirlo. Apenas se movía. Su menuda conciencia debía estarle revelando hechos importantes: que la vida es un movimiento hacia arriba con un clic final, y que es también un cielo bajo, blanco, envolvente y oliendo a lavanda, en el fondo de un pozo tibio. 

Sara no vio nada, la fascinaba demasiado el arduo problema de ajustar su sentido del orden a mi valija-ropero, mis papeles y mi displicencia ante sus elaboradas explicaciones donde abunda la expresión «por ejemplo». Apenas pude me encerré en el baño; matarlo ahora. Una fina zona de calor rodeaba el pañuelo, el conejito era blanquísimo y creo que más lindo que los otros. No me miraba, solamente bullía y estaba contento, lo que era el más horrible modo de mirarme. Lo encerré en el botiquín vacío y me volví para desempacar, desorientado pero no infeliz, no culpable, no jabonándome las manos para quitarles una última convulsión. 

Comprendí que no podía matarlo. Pero esa misma noche vomité un conejito negro. Y dos días después uno blanco. Y a la cuarta noche un conejito gris. 

Usted ha de amar el bello armario de su dormitorio, con la gran puerta que se abre generosa, las tablas vacías a la espera de mi ropa. Ahora los tengo ahí. Ahí dentro. Verdad que parece imposible; ni Sara lo creería. Porque Sara nada sospecha, y el que no sospeche nada procede de mi horrible tarea, una tarea que se lleva mis días y mis noches en un solo golpe de rastrillo y me va calcinando por dentro y endureciendo como esa estrella de mar que ha puesto usted sobre la bañera y que a cada baño parece llenarle a uno el cuerpo de sal y azotes de sol y grandes rumores de la profundidad. 

De día duermen. Hay diez. De día duermen. Con la puerta cerrada, el armario es una noche diurna solamente para ellos, allí duermen su noche con sosegada obediencia. Me llevo las llaves del dormitorio al partir a mi empleo. Sara debe creer que desconfío de su honradez y me mira dubitativa, se le ve todas las mañanas que está por decirme algo, pero al final se calla y yo estoy tan contento. (Cuando arregla el dormitorio, de nueve a diez, hago ruido en el salón, pongo un disco de Benny Carter que ocupa toda la atmósfera, y como Sara es también amiga de saetas y pasodobles, el armario parece silencioso y acaso lo esté, porque para los conejitos transcurre ya la noche y el descanso.) 

Su día principia a esa hora que sigue a la cena, cuando Sara se lleva la bandeja con un menudo tintinear de tenacillas de azúcar, me desea buenas noches -sí, me las desea, Andrée, lo más amargo es que me desea las buenas noches- y se encierra en su cuarto y de pronto estoy yo solo, solo con el armario condenado, solo con mi deber y mi tristeza. 

Los dejo salir, lanzarse ágiles al asalto del salón, oliendo vivaces el trébol que ocultaban mis bolsillos y ahora hace en la alfombra efímeras puntillas que ellos alteran, remueven, acaban en un momento. Comen bien, callados y correctos, hasta ese instante nada tengo que decir, los miro solamente desde el sofá, con un libro inútil en la mano -yo que quería leerme todos sus Giraudoux, Andrée, y la historia argentina de López que tiene usted en el anaquel más bajo-; y se comen el trébol. 

Son diez. Casi todos blancos. Alzan la tibia cabeza hacia las lámparas del salón, los tres soles inmóviles de su día, ellos que aman la luz porque su noche no tiene luna ni estrellas ni faroles. Miran su triple sol y están contentos. Así es que saltan por la alfombra, a las sillas, diez manchas livianas se trasladan como una moviente constelación de una parte a otra, mientras yo quisiera verlos quietos, verlos a mis pies y quietos -un poco el sueño de todo dios, Andrée, el sueño nunca cumplido de los dioses-, no así insinuándose detrás del retrato de Miguel de Unamuno, en torno al jarrón verde claro, por la negra cavidad del escritorio, siempre menos de diez, siempre seis u ocho y yo preguntándome dónde andarán los dos que faltan, y si Sara se levantara por cualquier cosa, y la presidencia de Rivadavia que yo quería leer en la historia de López. 

No sé cómo resisto, Andrée. Usted recuerda que vine a descansar a su casa. No es culpa mía si de cuando en cuando vomito un conejito, si esta mudanza me alteró también por dentro -no es nominalismo, no es magia, solamente que las cosas no se pueden variar así de pronto, a veces las cosas viran brutalmente y cuando usted esperaba la bofetada a la derecha-. Así, Andrée, o de otro modo, pero siempre así. 

Le escribo de noche. Son las tres de la tarde, pero le escribo en la noche de ellos. De día duermen ¡Qué alivio esta oficina cubierta de gritos, órdenes, máquinas Royal, vicepresidentes y mimeógrafos! Qué alivio, qué paz, qué horror, Andrée! Ahora me llaman por teléfono, son los amigos que se inquietan por mis noches recoletas, es Luis que me invita a caminar o Jorge que me guarda un concierto. Casi no me atrevo a decirles que no, invento prolongadas e ineficaces historias de mala salud, de traducciones atrasadas, de evasión Y cuando regreso y subo en el ascensor ese tramo, entre el primero y segundo piso me formulo noche a noche irremediablemente la vana esperanza de que no sea verdad. 

Hago lo que puedo para que no destrocen sus cosas. Han roído un poco los libros del anaquel más bajo, usted los encontrará disimulados para que Sara no se dé cuenta. ¿Quería usted mucho su lámpara con el vientre de porcelana lleno de mariposas y caballeros antiguos? El trizado apenas se advierte, toda la noche trabajé con un cemento especial que me vendieron en una casa inglesa -usted sabe que las casas inglesas tienen los mejores cementos- y ahora me quedo al lado para que ninguno la alcance otra vez con las patas (es casi hermoso ver cómo les gusta pararse, nostalgia de lo humano distante, quizá imitación de su dios ambulando y mirándolos hosco; además usted habrá advertido -en su infancia, quizá- que se puede dejar a un conejito en penitencia contra la pared, parado, las patitas apoyadas y muy quieto horas y horas). 

A las cinco de la mañana (he dormido un poco, tirado en el sofá verde y despertándome a cada carrera afelpada, a cada tintineo) los pongo en el armario y hago la limpieza. Por eso Sara encuentra todo bien aunque a veces le he visto algún asombro contenido, un quedarse mirando un objeto, una leve decoloración en la alfombra y de nuevo el deseo de preguntarme algo, pero yo silbando las variaciones sinfónicas de Franck, de manera que nones. Para qué contarle, Andrée, las minucias desventuradas de ese amanecer sordo y vegetal, en que camino entredormido levantando cabos de trébol, hojas sueltas, pelusas blancas, dándome contra los muebles, loco de sueño, y mi Gide que se atrasa, Troyat que no he traducido, y mis respuestas a una señora lejana que estará preguntándose ya si... para qué seguir todo esto, para qué seguir esta carta que escribo entre teléfonos y entrevistas. 

Andrée, querida Andrée, mi consuelo es que son diez y ya no más. Hace quince días contuve en la palma de la mano un último conejito, después nada, solamente los diez conmigo, su diurna noche y creciendo, ya feos y naciéndoles el pelo largo, ya adolescentes y llenos de urgencias y caprichos, saltando sobre el busto de Antinoo (¿es Antinoo, verdad, ese muchacho que mira ciegamente?) o perdiéndose en el living, donde sus movimientos crean ruidos resonantes, tanto que de allí debo echarlos por miedo a que los oiga Sara y se me aparezca horripilada, tal vez en camisón -porque Sara ha de ser así, con camisón- y entonces... Solamente diez, piense usted esa pequeña alegría que tengo en medio de todo, la creciente calma con que franqueo de vuelta los rígidos cielos del primero y el segundo piso. 

Interrumpí esta carta porque debía asistir a una tarea de comisiones. La continúo aquí en su casa, Andrée, bajo una sorda grisalla de amanecer. ¿Es de veras el día siguiente, Andrée? Un trozo en blanco de la página será para usted el intervalo, apenas el puente que une mi letra de ayer a mi letra de hoy. Decirle que en ese intervalo todo se ha roto, donde mira usted el puente fácil oigo yo quebrarse la cintura furiosa del agua, para mí este lado del papel, este lado de mi carta no continúa la calma con que venía yo escribiéndole cuando la dejé para asistir a una tarea de comisiones. En su cúbica noche sin tristeza duermen once conejitos; acaso ahora mismo, pero no, no ahora. En el ascensor, luego, o al entrar; ya no importa dónde, si el cuándo es ahora, si puede ser en cualquier ahora de los que me quedan. 

Basta ya, he escrito esto porque me importa probarle que no fui tan culpable en el destrozo insalvable de su casa. Dejaré esta carta esperándola, sería sórdido que el correo se la entregara alguna clara mañana de París. Anoche di vuelta los libros del segundo estante, alcanzaban ya a ellos, parándose o saltando, royeron los lomos para afilarse los dientes -no por hambre, tienen todo el trébol que les compro y almaceno en los cajones del escritorio. Rompieron las cortinas, las telas de los sillones, el borde del autorretrato de Augusto Torres, llenaron de pelos la alfombra y también gritaron, estuvieron en círculo bajo la luz de la lámpara, en círculo y como adorándome, y de pronto gritaban, gritaban como yo no creo que griten los conejos. 

He querido en vano sacar los pelos que estropean la alfombra, alisar el borde de la tela roída, encerrarlos de nuevo en el armario. El día sube, tal vez Sara se levante pronto. Es casi extraño que no me importe verlos brincar en busca de juguetes. No tuve tanta culpa, usted verá cuando llegue que muchos de los destrozos están bien reparados con el cemento que compré en una casa inglesa, yo hice lo que pude para evitarle un enojo... En cuanto a mí, del diez al once hay como un hueco insuperable. Usted ve: diez estaba bien, con un armario, trébol y esperanza, cuántas cosas pueden construirse. No ya con once, porque decir once es seguramente doce, Andrée, doce que serán trece. Entonces está el amanecer y una fría soledad en la que caben la alegría, los recuerdos, usted y acaso tantos más. Está este balcón sobre Suipacha lleno de alba, los primeros sonidos de la ciudad. No creo que les sea difícil juntar once conejitos salpicados sobre los adoquines, tal vez ni se fijen en ellos, atareados con el otro cuerpo que conviene llevarse pronto, antes de que pasen los primeros colegiales.

Julio Cortázar


domingo, 16 de febrero de 2020

EMILY DICKINSON, CUANDO LOS PETIRROJOS VENGAN


EMILY DICKINSON

Emily Elizabeth Dickinson nació en Amherst, Massachusetts, el 10 de diciembre de 1830. 
Está considerada como una de las grandes poetisas norteamericanas, al nivel de poetas como Edgar Allan Poe o Walt Whitman.
Emily Dickinson recibió una educación reservada sólo para los varones en aquella época en el seno de una familia de fuertes creencias puritanas, 
Muy pronto decidió aislarse del mundo, manteniendo contacto solamente con unas pocas amistades, como el escritor Samuel Boswell, con quien sostuvo una larga correspondencia.
Dickinson pasó la mayor parte de su vida recluida en la casa de sus padres, sin entrar a formar parte de la vida social de las jóvenes su época.
Emily leía a diversos escritores como Nathaniel Hawthorne, Henry Thoreau, Ralph Waldo Emerson, John Keats, William Shakespeare y Emily Brönte. También leía la Biblia y trataba de mantenerse firme en su fe. 
Durante sus años de finales, vistió de blanco, color que representaba la pureza, sensibilidad y transparencia de su poesía. 
La idea del amor inalcanzable sería una constante en muchos de sus poemas.
Emily Dickinson utiliza como tema en su poesía la flora y la fauna del jardin familiar de su casa del que se ocupaba personalmente.
Son frecuentes las referencias a los petirrojos uno de sus pájaros favoritos. 
Y por esta razón el petirrojo es el pájaro que aparece con más frecuencia en la poesía de Emily Dickinson. 




CUANDO LOS PETIRROJOS VENGAN

Si no estuviera viva
cuando los petirrojos vengan,
a ese de corbata carmesí
dale una miga en mi memoria.

Y si no pudiera yo darte las gracias
por estar muy dormida,
has de saber que lo estaré intentando
con labios de granito.





















miércoles, 12 de febrero de 2020

EMILY DICKINSON, EL PETIRROJO ES EL ÚNICO

EMILY DICKINSON
Emily Dickinson nació en Amherst, Massachusetts, el 10 de diciembre de 1830. 

Está considerada como una de las grandes poetisas norteamericanas, al nivel de poetas como Edgar Allan Poe o Walt Whitman.

Emily Dickinson recibió una educación reservada sólo para los varones en aquella época en el seno de una familia de fuertes creencias puritanas, 
Muy pronto decidió aislarse del mundo, manteniendo contacto solamente con unas pocas amistades, como el escritor Samuel Boswell, con quien sostuvo una larga correspondencia.

Dickinson pasó la mayor parte de su vida recluida en la casa de sus padres, sin entrar a formar parte de la vida social de las jóvenes su época.
La figura del amor inalcanzable sería una constante en muchos de sus poemas.
Emily Dickinson utiliza como tema en sus poemas la flora y la fauna del jardin familiar de su casa del que se ocupaba personalmente.
Son frecuentes las referencias a los petirrojos uno de sus pájaros favoritos.

Poco a poco, Emily Dickinson se fue apartando completamente del mundo, hasta el 15 de mayo de 1866, fecha en que murió.
Poco después se encontraron en su habitación 40 volúmenes con más de 800 poemas inéditos, que con las poesías incluidas en sus cartas configuraron el total de su obra.

THE ROBIN IS THE ONE

The robin is the one
That interrupts the morn
With hurried, few, express reports
When March is scarcely on.

The robin is the one
That overflows the noon
With her cherubic quantity,
An April but begun.

The robin is the one
That speechless from her nest
Submits that home and certainty
And sanctity are best.



EL PETIRROJO ES EL ÚNICO


El petirrojo es el único
que interrumpe la mañana
con algunas noticias, rápidas y exactas,
cuando marzo apenas asoma.

El petirrojo es el único
que desborda el mediodía
con su cantidad querúbica,
cuando abril ya empieza.

El petirrojo es el único
que en silencio desde su nido
muestra que el hogar y la certeza
y la santidad son lo mejor.



sábado, 8 de febrero de 2020

AUSTIN KLEON, BLACKOUT POETRY, DESTRUCCIÓN CREATIVA O POESÍA OSCURA

AUSTIN KLEON
Este escritor nortemearicano se define a sí mismo como un escritor que dibuja.
Austin Kleon trabaja para el New York Times y es el autor de libros ilustrados sobre la creatividad en la era digital como: Roba como un artista, Aprende a promocionar tu trabajo y Sigue avanzando.
Sus obras podrían ser consideradas de alguna manera como libros de auto ayuda para artistas y diseñadores.



BLACKOUT POETRY, DESTRUCCIÓN CREATIVA O POESÍA OSCURA
Blackout poetry o Poesía Blackout,  también llamada en español, poesía del apagón, destrucción creativa o poesía oscura, consiste en ocultar las palabras que no se necesitan de una hoja de libro, de periódico o de revista y dejar visibles, solo aquellas, que formarán parte del poema. 
Se puede acompañar de indicaciones sobre el orden de lectura o incluir algún dibujo o ilustración que la complete.
La destrucción creativa o poesía de apagón sepuede hacer en blanco y negro o en color.

Es una idea original del autor, dibujante y diseñador web Austin Kleon.


¿CÓMO HACER POESÍA DE DESTRUCCIÓN CREATIVA?

1º.- Busca una hoja de periódico o de un libro que esté inutilizable.

2º.- Localiza en el texto que estás usando una o dos "palabras ancla" o una frase clave.

3º.- Encuentra y destaca en el texto palabras asociadas a las palabras clave.

4º.- Desvela un mensaje oculto como en un crucigrama o en una sopa de letras.

5º.- Si quieres puedes trazar líneas para guiar a los lectores de una frase a otra.

6º.- Las reglas son tan ilimitadas como la imaginación del poeta. 



UN EJEMPLO DE POESÍA DE LA DESTRUCCIÓN 
Aquí puedes ver un ejemplo de poesía de destrucción hecho sobre un artículo de periódico de Jaime Priede de la Huerta.



ROBA COMO UN ARTISTA

En este libro, Austin Kleon recoge diez principios para descubrir tu lado artístico.

LAS DIEZ COSAS QUE NADIE TE HA DICHO ACERCA DE SER CREATIVO
1º Roba como un artista
2º No esperes a saber quién eres para poner las cosas en marcha.
3º Escribe el libro que querrías leer.
4º Usa tus manos.
5º Los proyectos extras y las aficiones son importantes.
El secreto: haz un buen trabajo y compártelo.
7º La geografía ya no manda.
8º Sé amable. (El mundo es pequeño.)
9º Sé aburrido. (Es la única forma de trabajar.)
10º La creatividad también es restar.


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