lunes, 30 de diciembre de 2013

CHARLES DICKENS, UN ÁRBOL DE NAVIDAD


CHARLES DICKENS, UN ÁRBOL DE NAVIDAD
Un árbol de Navidad, publicado por Dickens en su revista literaria semanal Household Words en 1850, es un relato inspirado por los niños congregados en torno a una nueva tradición llegada a Inglaterra de origen alemán, el árbol de Navidad.
La costumbre del árbol de navidad probablemente la trajo a Inglaterra el príncipe Alberto, consorte de la reina Victoria, con quien se casó en 1840.




Recogemos aquí un fragmento de ese relato de ambiente navideño con el subtítulo de "Fantasmas de Navidad".

FANTASMAS DE NAVIDAD


Me gusta volver a casa en Navidad. Todos lo hacemos, o deberíamos hacerlo.

Deberíamos volver a casa en vacaciones, cuanto más largas
mejor, desde el internado en el que nos pasamos la vida trabajando en nuestras tablas aritméticas, para así descansar. Viajamos hasta casa a través de un paisaje invernal, por campos cubiertos por una niebla baja, entre pantanos y brumas, subiendo prolongadas colinas, que se van volviendo oscuras como cavernas entre las espesas plantaciones que llegan a tapar casi las estrellas chispeantes; y así hasta que estamos en las amplias mesetas y finalmente nos detenemos, con un silencio repentino, en una avenida. En el aire helado la campana de la puerta tiene un sonido profundo que casi parece terrible; la puerta se abre sobre sus goznes y al llegar hasta una casa grande las brillantes luces nos parecen más grandes tras las ventanas, y las filas de árboles que hay frente a ellas parecen apartarse solemnemente hacia los lados, como para dejarnos pasar. Durante todo el día, a intervalos, una liebre asustada ha salido corriendo a través de la hierba cubierta de nieve; o el repiqueteo distante de un rebaño de ciervos pisoteando el duro hielo ha acabado también, por un minuto, con el silencio. Si pudiéramos verles sus ojos vigilantes bajo los helechos, brillarían ahora como las gotas heladas del rocío sobre las hojas; pero están inmóviles, y todo está callado. Y así, las luces se van haciendo más grandes, y los árboles se apartan hacia atrás ante nosotros para cerrarse de nuevo a nuestra espalda, como impidiéndonos la retirada, y llegamos a la casa.



Probablemente huele todo el tiempo a castañas asadas y otras cosas buenas y reconfortantes, pues estamos contando historias de Navidad, historias de fantasmas, o más vergonzosas para nosotros, alrededor del fuego de Navidad, y no nos hemos movido salvo para acercarnos un poco más a él. Pero dejemos eso.



Llegamos a la casa y es una casa antigua, repleta de grandes chimeneas en las que la leña arde en el hogar sobre viejas tenazas, y retratos horrendos (algunos de ellos con leyendas también horrendas) miran con saña y desconfianza desde el entablado de roble de las paredes. Somos un noble de edad mediana y damos una generosa cena con nuestro anfitrión y anfitriona y sus invitados, es Navidad y la vieja casa está llena de invitados, y después nos vamos a la cama.


Nuestra habitación es muy antigua. Está recubierta de tapices. No nos gusta el retrato de un caballero vestido de verde colocado sobre la repisa de la chimenea. En el techo hay grandes vigas negras y para nuestro acomodo particular contamos con una enorme cama negra a la que en los pies le sirven de apoyo dos figuras negras también grandes que parecen salidas de dos tumbas de la antigua iglesia que tenía el barón en el parque. Pero no somos un noble supersticioso, y no nos importa. ¡Todo va bien! Despedimos a nuestro criado, cerramos la puerta y nos sentamos delante del fuego vestido con el camisón, meditando en muchas cosas.


Finalmente, nos metemos en la cama. ¡Muy bien! No podemos dormir. Damos vueltas y más vueltas, pero no podemos dormir. Las ascuas de la chimenea arden bien y dan a la habitación un aspecto fantasmal. No podemos evitar escudriñar, por encima del cobertor, las dos figuras negras y el caballero... ese caballero vestido de verde y de apariencia perversa. Con la luz parpadeante dan la impresión de avanzar y retroceder, lo cual, a pesar de que no seamos en absoluto un noble supersticioso, no resulta agradable.

¡Muy bien! Nos ponemos nerviosos... más y más nerviosos. Decimos: «esto es una verdadera estupidez, pero no podemos soportarlo; simularemos estar enfermos y llamaremos a alguien».

¡Muy bien! Precisamente vamos a hacerlo cuando la puerta cerrada se abre y entra una mujer joven, de palidez mortal y de cabellos rubios y largos que se desliza hasta la chimenea, y se sienta en la silla que hemos dejado allí, frotándose las manos. Nos damos cuenta entonces de que su ropa está húmeda. La lengua se nos pega al velo del paladar y no somos capaces de hablar, pero la observamos con precisión.





Su ropa está húmeda, su largo cabello está salpicado de barro húmedo, va vestida según la moda de hace doscientos años, y lleva en su ceñidor un manojo de llaves oxidadas. ¡Muy bien! Se sienta allí y ni siquiera podemos desmayarnos del estado en el que no encontramos. Entonces ella se levanta y prueba todas las cerraduras de la habitación con las llaves oxidadas, sin que encuentre ninguna que vaya bien; después fija la mirada en el retrato del caballero vestido de verde y con una voz baja y terrible exclama:

«¡El hombre lo sabe!»

Después se vuelve a frotar las manos, pasa junto al borde de la cama y sale por la puerta. Nos apresuramos a ponernos la bata, cogemos las pistolas (siempre viajamos con ellas) y la seguimos, pero encontramos la puerta cerrada. Damos la vuelta a la llave, miramos en el pasillo oscuro y no hay nadie. Lo recorremos tratando de encontrar a nuestro criado. No es posible.

Recorremos el pasillo hasta que despunta el día y luego regresamos a nuestra habitación vacía, caemos dormidos y nos despierta nuestro criado (nunca hay nada que le hechice a él) y el sol brillante. ¡Muy bien! Tomamos un desayuno terrible y todos dicen que tenemos un aspecto extraño. Después del desayuno paseamos por la casa con nuestro anfitrión, y le conducimos hasta el retrato del caballero vestido de verde, y entonces se aclara todo.


Se comportó con falsedad con una joven ama de llaves unida en otro tiempo a esta familia, y famosa por su belleza, que se ahogó en un lago y cuyo cuerpo fue descubierto al cabo de mucho tiempo porque los ciervos se negaban a beber el agua. Desde entonces se ha dicho entre susurros que ella atraviesa la casa a medianoche (pero que va especialmente a esa habitación, en donde acostumbraba a dormir el caballero vestido de verde) probando las viejas cerraduras con las llaves oxidadas. ¡Bien! Le contamos a nuestro anfitrión lo que hemos visto, y una sombra cubre sus rasgos tras lo que nos suplica que guardemos silencio; y así se hace. Pero todo es cierto; y lo contamos, antes de morir (ahora estamos muertos) a muchas personas responsables.


Es infinito el número de casas antiguas con galerías resonantes, dormitorios lúgubres y alas encantadas cerradas durante muchos años, por las cuales podemos pasear, con un agradable hormigueo subiéndonos por la espalda y encontrarnos algunos fantasmas, pero quizá sea digno de mención afirmar que se reducen a muy pocos tipos y clases generales; pues los fantasmas tienen poca originalidad y «caminan» por caminos trillados. Sucede, por ejemplo, que en una determinada habitación de un cierto salón antiguo en donde se suicidó un malvado lord, barón, o caballero, hay en el suelo algunas tablas de las que no se puede borrar la sangre.


Raspas y raspas, como el actual dueño ha hecho, o cepillas y cepillas, como hizo su padre, o friegas y friegas, como hizo su abuelo, o quemas y quemas con ácidos fuertes, como hizo el bisabuelo, pero la sangre seguirá estando allí, ni más roja ni más pálida, ni en mayor ni en menor cantidad; siempre igual. En otra de esas casas hay una puerta encantada que nunca se abrirá; u otra que nunca se cerrará; o un sonido de una rueda de hilar, o un martillo, o unos pasos, o un grito, o un suspiro, un galope de caballos o el rechinar de unas cadenas. O hay un reloj que a medianoche da trece campanadas cuando va a morir el cabeza de familia, o un carruaje sombrío, negro e inmóvil que ve siempre en esos momentos alguien que aguardaba cerca de las amplias puertas del patio del establo. O sucede, como en el caso de Lady Mary, que fue a visitar una casa situada en los Highlands escoceses, y como estaba fatigada por su largo viaje se retiró pronto a la cama y a la mañana siguiente dijo con toda inocencia en la mesa del desayuno:

-¡Me resultó muy extraño que celebraran una fiesta a una hora tan tardía anoche en este remoto lugar y no me hablaran de ella antes de que me acostara!

Entonces todos preguntaron a Lady Mary lo que quería decir. Y ésta contestó:

-Bueno, anoche todo el tiempo oí carruajes que daban vueltas y más vueltas alrededor de la terraza, bajo mi ventana.


Entonces el dueño de la casa se puso pálido, lo mismo que su señora, y Charles Macdoodle de Macdoodle hizo señas a Lady Mary de que no dijera más, y todos guardaron silencio. Tras el desayuno, Charles Macdoodle le contó a Lady Mary que según una tradición de la familia era un presagio de muerte que los carruajes dieran vueltas por la terraza. Y así fue, pues dos meses más tarde moría la señora de la casa. Y Lady Mary, que era doncella de honor en la Corte, contó a menudo esta historia a la Reina Charlotte; y es por esto que el viejo rey decía siempre: «¿Cómo, cómo? ¿Qué, qué? ¿Fantasmas, fantasmas? ¡No existen, no existen!» Y no dejaba de decir esa frase hasta que se iba a la cama.


Y ahora bien, un amigo de alguien al que casi todos conocemos, cuando era un joven que estaba cursando estudios tenía un amigo especial con el que había hecho el pacto de que, si era posible que el espíritu retornara a esta tierra después de separarse del cuerpo, aquel de los dos que muriera primero se le aparecería al otro. Nuestro amigo se olvidó de ese pacto con el curso del tiempo; los dos jóvenes habían progresado en la vida, habían tomado caminos divergentes y se habían separado. Pero una noche muchos años después, estando nuestro amigo en el norte de Inglaterra, y quedándose a pasar la noche en una posada de los páramos de Yorkshire, miró desde la cama hacia fuera; y allí, bajo la luz de la luna, apoyado en un buró cercano a la ventana, y mirándole fijamente, vio a su antiguo compañero de estudios. Cuando éste se dirigió con solemnidad hacia la aparición, ésta respondió en una especie de susurro pero bien audible:

-No te acerques a mí. Estoy muerto. He venido aquí para cumplir mi promesa. ¡Vengo del otro mundo, pero no puedo revelar sus secretos!

En ese momento empezó a volverse más pálido y se fundió, por así decirlo, con la luz de la luna, desapareciendo en ella.


O está el caso de la hija del primer ocupante de la pintoresca casa isabelina, tan famosa en nuestra vecindad. ¿Ha oído hablar de ella? ¿No? Bueno, la hija salió una noche de verano en el momento del crepúsculo; era una joven muy hermosa, de diecisiete años de edad, y se disponía a coger flores del jardín, pero de pronto llegó corriendo, aterrada, hasta el salón donde estaba su padre, a quien le dijo:

-¡Ay, querido padre, me he encontrado conmigo misma!

Él la cogió en sus brazos y le dijo que todo era una fantasía, pero ella replicó:

-¡Oh, no! Me encontré conmigo en el camino ancho, y yo estaba pálida, y recogía flores marchitas, y giraba la cabeza y las levantaba!

Y aquella noche murió la joven; y se empezó a hacer un cuadro con su historia, pero no se terminó nunca, y dicen que ha estado hasta hoy en algún lugar de la casa, con el rostro vuelto hacia la pared.



O la historia del tío de la esposa de mi hermano, que volvía a casa cabalgando al atardecer de un hermoso día y en una calle arbolada cercana a su casa vio a un hombre de pie ante él en el centro mismo de la estrecha calzada.

«¿Qué hace ese hombre del manto ahí parado?», pensó. «¿Quiere que pase con el caballo por encima de él?»

Pero la figura no se movió. Al verlo tan quieto tuvo una sensación extraña, pero siguió avanzando, aunque aflojando el trote. Cuando estuvo tan cerca que llegó a tocarlo casi con el estribo el caballo se asustó y la figura se deslizó hacia arriba, hasta la acera, de una manera curiosa y nada natural: hacia atrás, sin que pareciera utilizar los pies, hasta que desapareció. El tío de la esposa de mi hermano exclamó:

-¡Por el Dios de los cielos! ¡Si es mi primo Harry, el de Bombay!

Espoleó al caballo, que de pronto se había puesto a sudar profusamente, y extrañándose de tan rara conducta dio la vuelta para dirigirse hacia la fachada de su casa. Cuando llegó allí vio la misma figura, que pasaba en ese momento junto a la alargada ventana francesa de la sala de estar, en la planta baja. Le pasó las bridas a un criado y se dirigió presurosamente hacia la figura. Allí estaba sentada su hermana, a solas.

- Alice, ¿dónde está mi primo Harry?

-¿Tu primo Harry, John?

-Sí, el de Bombay. Acabo de encontrarme con él ahora en la avenida, y le vi entrar aquí hace un instante.

Pero nadie había visto a nadie y tal como después se supo, en ese mismo instante moría en India aquel primo.


O está la historia de esa sensible y anciana dama soltera que murió a los noventa y nueve años de edad manteniendo sus facultades hasta el último momento y vio realmente al chico huérfano. Es una historia que a menudo se ha contado incorrectamente, pero de la que la verdad auténtica es ésta, lo sé porque en realidad es una historia de nuestra familia, y ella era amiga de la casa. Cuando tenía unos cuarenta años de edad, y seguía poseyendo una hermosura poco común (su amado murió joven, razón por la cual ella nunca se casó, a pesar de tener numerosas ofertas), fijó su residencia en un lugar de Kent, que su hermano, un comerciante con India, había comprado recientemente.

Se contaba la historia de que en otro tiempo aquel lugar estuvo a cargo del tutor de un joven, que ese tutor sería el segundo heredero y que mató al muchacho con su tratamiento duro y cruel. Ella nada sabía de tales cosas. Se ha dicho que en el dormitorio de ella había una jaula en la que el tutor solía encerrar al muchacho. Es falso. Sólo había un gabinete. Ella se acostó, no hizo llamada alguna durante la noche, pero por la mañana le dijo con toda tranquilidad a la doncella cuando ésta entró:

-¿Quién es ese guapo mocito de aspecto abandonado que estuvo mirando hacia fuera desde el gabinete toda la noche?


La doncella contestó lanzando un fuerte grito y echando a correr al instante. La dama se sorprendió de aquello, pero era una mujer de notable fuerza mental, por lo que se vistió ella sola, bajó las escaleras y acudió a reunirse con su hermano:

-Walter, toda la noche me ha estado inquietando un guapo mocito de aspecto abandonado que constantemente miraba hacia fuera desde el gabinete que hay en mi habitación, y que no puedo abrir. Ahí debe haber algún truco.

-Me temo que no, Charlotte -contestó el hermano-, pues es la leyenda de la casa. Es el huérfano. ¿Qué es lo que hizo?

-Abrió la puerta con suavidad y miró hacia fuera. A veces penetraba uno o dos pasos en la habitación. Entonces yo le llamaba, para animarle, y él se encogía, se estremecía y volvía a meterse de nuevo, cerrando la puerta.

-Charlotte, el gabinete no tiene comunicación con ninguna otra parte de la casa, y está cerrado con clavos.

Aquello era indudablemente cierto y dos carpinteros necesitaron una mañana entera para abrir la puerta y poder examinar el gabinete. Sólo entonces Charlotte quedó convencida de que había visto al huérfano.


Pero lo terrible de la historia es que fue visto sucesivamente por tres de los hijos de su hermano, todos los cuales murieron jóvenes. En cada ocasión, el niño enfermaba, regresaba a casa con fiebre, doce horas antes de la muerte, y le decía a su madre que había estado jugando bajo un cierto roble que había en un prado con un chico extraño, un chico de buen aspecto, pero que parecía abandonado, que era muy tímido y le hacía señas. A partir de esa experiencia fatal los padres llegaron a saber que se trataba del huérfano, y que el destino del niño al que había elegido como compañero de juegos estaba seguramente fijado.


Charles Dickens 
A Christmas Tree 
(Fragmento)




















domingo, 29 de diciembre de 2013

AMBROSE BIERCE, OTRA MANERA








OTRA MANERA
Me quedé en silencio, muerto. Vino una mujer
y  puso una rosa sobre mi pecho y dijo:
"Dios tenga misericordia".  Pronunció mi nombre
y añadió: "Es extraño pensar que está muerto".

"Él me amó bastante bien, pero a su manera
por decirlo amablemente". Entonces, bajo su aliento:
"Además" - Yo sabía qué más diría
pero entonces una pisada rompió mi sueño de muerte.

Hoy las palabras son mías. Yo pongo la rosa
sobre su pecho, y pronuncio su nombre y considero
realmente extraño que ella esté muerta. Dios sabe
que tuve más placer en el otro sueño.


Ambrose Bierce





ANOTHER WAY 
I lay in silence, dead. A woman came
And laid a rose upon my breast and said:
"May God be merciful." She spoke my name,
And added: "It is strange to think him dead."

"He loved me well enough, but 'twas his way
To speak it lightly." Then, beneath her breath:
"Besides" -- I knew what further she would say
But then a footfall broke my dream of death.

To-day the words are mine. I lay the rose
Upon her breast, and speak her name, and deem
It strange indeed that she is dead. God knows
I had more pleasure in the other dream.


Ambrose Bierce






La fotografía es un retrato coloreado de Mary Ellen Day, 
conocida como Mollie, esposa de Ambrose Bierce.



sábado, 28 de diciembre de 2013

LECTURAS PARA LA NAVIDAD






LECTURAS PARA LA NAVIDAD

Estas son las lecturas que nos recomiendan Greta, Patricia e Isabel, alumnas de 1º de ESO para pasar estas Navidades.


Si te apetece leerlos, búscalos en tu Biblioteca Pública  más cercana y, de paso, si no lo eres ya, hazte socio. Es gratis.



¿Te animas tú a mandarnos una recomendación de un libro que te haya gustado?

FANGIRL
Rainbow  Rowell


Cath es una fan de Simon Snow. 

Bueno, todo el mundo es fan de Simon Snow, pero para Cath, ser fan es su vida y es realmente buena en ello. 
Ella y su hermana gemela, Wren, se entusiasmaron en la serie de Simon Snow cuando solo eran unas niñas; es lo que las ayudó después de que su madre se fuera.

Ahora van a ir a la universidad, Wren le ha dicho a Cath que no quiere ser su compañera de habitación. 
Cath está sola y tiene una compañera de habitación un poco borde con un novio encantador y que está siempre alrededor, una profesora de escritura que piensa que el fanfiction es terrible, un guapo compañero de clase, un padre que le preocupa... 

Es un libro muy entretenido y que se lee rápido. Me ha gustado y lo recomiendo mucho.
  Greta M.1º ESO C




MISTERIO EN PARÍS
Tea Stilton



Trata de cinco amigas: Nicky, Pamela, Violet, Paulina y Colette que viajan de vacaciones de primavera a París, cuidad natal de Colette.
En su estancia, se alojan en casa de Colette y su amiga Julie, una chica francesa que estudia diseño y una gran amiga de Colette, ella les cuenta que pronto habrá un gran desfile.
Pero una semana antes le roban los trajes, pero lo curioso es que no hay ventanas ni puertas rotas, y eso fue lo que mas les extraña a las chicas. 
Julie y sus amigas investigan por la escuela de moda donde se encuentra el misterioso ladrón...

 Patricia R. 1º ESO B

BAT PAT
EL MONSTRUO DE LAS CLOACAS
VV. AA.




El protagonista de este libro es un vampiro llamado Bat. 
Él tiene aventuras con sus amigos Rebecca, Leo y Martín, que son los hermanos Silver. 

Un día fueron de merienda al Castle Park cuando de repente el lago empezó a borbotear y salir un humo maloliente. 
Todas las personas se fueron corriendo porque estaban asustadas.

Los hermanos Silver y Bat volvieron otra vez para investigar sobre el lago...

Este libro es de aventuras, por eso seguro que es un buen libro para las personas a las que le gustan este tipo de libros. Sería adecuado para personas mayores de 8 años.


Este libro me costó mucho leérmelo, pero finalmente me gustó mucho.


Isabel M. 1º ESO B


viernes, 27 de diciembre de 2013

ÁLVARO DE CAMPOS, LISBON REVISITED



LISBON REVISITED
(1923) 

No: no quiero nada. 
Ya he dicho que no quiero nada. 

¡No me vengáis con conclusiones! 
La única conclusión es morir. 

¡No me vengáis con estéticas! 
¡No me habléis de moral! 
¡Llevaos de aquí la metafísica! 
¡No me pregonéis sistemas completos, no me pongáis en fila conquistas 
de las ciencias (¡de las ciencias, Dios mío, de las ciencias!), 
de las ciencias, de las artes, de la civilización moderna!

¿En qué he ofendido a todos los dioses? 

¡Si tenéis la verdad, guardáosla! 

Soy un técnico, pero sólo tengo técnica dentro de la técnica. 
Fuera de eso, estoy loco, con todo el derecho a estarlo. 
Con el derecho a estarlo, ¿lo habéis oído? 

¡No me fastidiéis, por amor de Dios! 

¿Me queríais casado, fútil, cotidiano y tributable? 
¿Me queríais todo lo contrario, lo contrario de lo que sea?
Si fuese otra persona, os daría gusto a todos. 
Así, como soy, ¡tenéis que aguantaros! 
¡Idos al diablo sin mí! 
¡O dejadme irme solo al diablo! 
¿Por qué habíamos de irnos juntos? 
¡No me cojáis del brazo! 
¡No me gusta que me cojan del brazo. Quiero ser solo. 
¡Ya he dicho que soy solo! 
¡Ah, qué fastidio querer que sea de compañía! 

¡Oh, cielo azul- el mismo de mi infancia-, 
eterna verdad vacía y perfecta! 
¡Oh ameno Tajo ancestral y mudo, 
pequeña verdad en la que el cielo se refleja! 
¡Oh amargura revisitada, Lisboa de antaño y de hoy! 
Nada me dais, nada que quitáis, nada que yo me sienta sois. 

¡Dejadme en paz! No tardo, que yo nunca tardo... 
¡Y mientras tarda el Abismo y el Silencio quiero estar solo! 



Álvaro de Campos

Heterónimo de Fernando Pessoa



























jueves, 26 de diciembre de 2013

GILBERTH KEITH CHESTERTON, LA TIENDA DE LOS FANTASMAS















UN CUENTO DE NAVIDAD DE G.K. CHESTERTON
La tienda de los fantasmas, en inglés The shop of ghosts, fue publicado por primera vez por G. K. Chesterton en el periódico londinense Daily News, y luego recogido por la colección de ensayos de 1909 Tremendous Trifles.



LA TIENDA DE LOS FANTASMAS



Casi todo lo mejor y más valioso del universo puede comprarse por medio penique. Exceptuando, por supuesto, el sol, la luna, las estrellas, la tierra, la gente, las tormentas y otras baratijas. Las tienes gratis. Además, dejo de lado otra cosa, que no puedo mencionar en este periódico, cuyo precio más bajo es la mitad de medio penique. Este principio general resultará enseguida evidente. En la calle detrás de mí, puedes montar en un tranvía eléctrico por medio penique. Subirte a un tranvía eléctrico es como subirte a un castillo volador en un cuento de hadas. Puedes hacerte con un buen puñado de chucherías de colores por la mitad de un penique. También tienes la oportunidad de leer este artículo por medio penique, junto con, por supuesto, otras cosas menos importantes.


Pero si quiere descubrir la enorme cantidad de cosas asombrosas que puedes conseguir por medio penique, haz lo que yo hice anoche. Estampé la nariz contra el escaparate de una de las tiendas más pequeñas y peor iluminadas de uno de los callejones más estrechos y oscuros del barrio de Battersea. Pero por oscuro que fuese ese rectángulo de luz, resplandecía con todos los colores que Dios creó, utilizando la expresión que una vez escuché a un niño. Los juguetes de los pobres son todos como los niños que los compran. Sucios pero todos alegres. Por mi parte, prefiero la alegría a la limpieza. La primera es del alma y la segunda del cuerpo. Les ruego que me disculpen, es que soy demócrata. Sé que estoy trasnochado en el mundo actual.

Mientras miraba aquel palacio de maravillas liliputienses, los pequeños autobuses verdes, los pequeños elefantes azules, los muñequitos negros y las pequeñas arcas de Noé rojas, debí caer en una especie de trance antinatural. El escaparate iluminado se transformó en el brillante escenario en que uno contempla una comedia muy entretenida. Me olvidé de las casas grises y de la gente triste a mis espaldas como uno se olvida del público y las galerías oscuras en el teatro. Me parecía que los objetos detrás del cristal eran pequeños no por su tamaño, sino a causa de la distancia. El autobús verde era realmente un autobús verde. Un autobús verde del barrio de Bayswater, que estuviese recorriendo un enorme desierto, al hacer su ruta diaria hasta Bayswater. El elefante ya no era azul por la pintura sino por la distancia. El muñequito era realmente un hombre de raza negra recortándose contra el brillante follaje tropical de la tierra en que cada planta tiene un color ardiente y solo el ser humano es oscuro. El arca de Noé roja era en verdad la enorme nave de la salvación del mundo, flotando en un mar acrecentado por la lluvia, en el rojo primer amanecer de la esperanza.



Creo que todos tenemos estos extraordinarios instantes de abstracción, estos brillantes momentos con la mente en blanco. En momentos semejantes, podemos mirar a la cara a nuestro mejor amigo y ver gafas y bigotes imaginarios. Por lo general están marcados por lo lento que se desarrollan y lo abrupto de su fin. El regreso a la actividad mental normal es a menudo tan repentino como tropezarse con alguien. A menudo, uno termina chocándose de verdad contra alguien, al menos en mi caso. Pero de todos modos, el despertar es claro y, por lo general, completo. Pues bien, en esta ocasión, aunque una ola de cordura me arrastró a la conciencia de que en realidad solamente estaba mirando una humilde y diminuta juguetería, de alguna extraña manera la curación no parecía ser definitiva. Algo que no podía controlar seguía diciéndome que me había adentrado en una atmósfera extraña, o que había hecho algo raro. Me sentía como si hubiese obrado un milagro o cometido un pecado. Era como si de alguna forma hubiese atravesado una frontera del alma.



Para librarme de esta sensación onírica tan peligrosa, entré en la tienda e intenté comprar algunos soldaditos de madera. El dependiente era muy anciano y estaba muy deteriorado. Con medio rostro y toda la cabeza cubiertos de despeinado cabello cano. Un cabello tan increíblemente blanco que parecía artificial. Y aunque parecía senil y enfermo no se reflejaba sufrimiento en sus ojos. Era como si, poco a poco, se estuviese quedando dormido en una decadencia amable. Me dio los soldaditos de madera pero, cuando coloqué el dinero sobre el mostrador, aparentó no verlo en un primer momento. Parpadeó débilmente mirándolo y lo apartó débilmente.



















–No, no– dijo confuso –Nunca lo he hecho así. Nunca. Aquí somos muy anticuados.
–No aceptar dinero me parece algo a la más rabiosa última moda más que anticuado.


–Nunca lo he hecho así– contestó el anciano sonándose los mocos –Siempre he dado regalos y soy demasiado viejo para cambiar.

–¡Por el amor de Dios!– dije –¿Qué quiere decir? Está hablando como si fuese Papá Nöel.

En el exterior, las farolas no podían estar encendidas. En cualquier caso, era imposible ver nada más allá del escaparate iluminado. No se escuchaban pasos ni voces por la calle. Parecía que me hubiese internado en un nuevo mundo en el que el sol no brillaba. Pero algo había soltado las amarras del sentido común y no podía sorprenderme más que de una manera somnolienta.

–Pareces enfermo, Papá Nöel– Algo me impulsó a decir eso.

–Estoy agonizando.

Guardé silencio y fue él quien habló de nuevo.

–Todos los nuevos se han marchado. No lo entiendo. Se meten conmigo por razones tan raras e incoherentes. Los científicos, todos los innovadores. Dicen que le doy a la gente supersticiones y les vuelvo demasiado ilusos, que les doy carnes horneadas y les hago demasiado materialistas. Dicen que mis partes celestiales son demasiado celestiales, que mis partes mundanas son demasiado mundanas. No sé lo que quieren, de eso sí que estoy seguro. ¿Cómo puede algo celestial serlo demasiado? ¿Cómo puede algo mundano ser demasiado mundano? ¿Cómo se puede ser demasiado bueno o demasiado alegre? No lo entiendo. Pero hay algo que entiendo demasiado bien: esta gente moderna está viva y yo muerto.

–Tú sabrás si estás muerto– repliqué –pero a lo que ellos hacen yo no lo llamo vivir.
Un silencio cayó entre nosotros que, de alguna manera, esperé ver roto. No había durado unos segundos, cuando, en medio de la total tranquilidad, escuché unos pasos que, cada vez más rápidos, se acercaban por la calle. Al instante, una figura se lanzó al interior de la tienda y quedó enmarcada en el umbral. Vestía una chistera blanca, echada hacia atrás como con prisa, anticuados pantalones negros ceñidos, anticuados chaleco y chaqueta de colores brillantes y un fantástico abrigo viejo. Tenía los ojos, abiertos y brillantes, de un actor de carácter, una cara pálida y nerviosa y la barba muy recortada. Abarcó al anciano y su tienda en una mirada que fue de verdad como una explosión y lanzó la exclamación de un hombre por completo estupefacto.
–¡Buen Dios! ¡No puedes ser tú!– gritó –Vine a preguntar dónde estaba tu tumba.

–Aún no he fallecido, Sr. Dickens– contestó el anciano con su débil sonrisa –Pero me estoy muriendo– añadió como tranquilizándole

–Pero a paseo con todo si no agonizabas ya en mis tiempos – dijo el Sr. Charles Dickens alegremente – Y no pareces ni un día más viejo.

–Llevó así mucho tiempo– Dijo Papá Nöel.

El Sr. Charles Dickens le dio la espalda y sacó la cabeza por la puerta, metiéndola en la oscuridad.

–Dick– bramó a todo pulmón –sigue vivo.
Otra sombra oscureció el umbral, entró un caballero mucho mayor y más fuerte que llevaba puesta una enorme peluca empolvada. Abanicaba su sofocado rostro con un sombrero militar correspondiente a la moda de la época de la reina Ana. Andaba erguido como un soldado y en su cara había una expresión arrogante que era repentinamente desmentida por sus ojos. Humildes como los de un perro. Su espada hacía mucho ruido, como si la tienda fuese demasiado pequeña para ella.

–En verdad– dijo Sir Richard Steele –Es cuestión harto prodigiosa, pues este hombre se acercaba a su último aliento cuando escribí sobre Sir Roger de Coverley y su día de Navidad.

Mis sentidos se embotaban y el cuarto se oscurecía. Parecía repleto de recién llegados.
–Se ha dado siempre por entendido – dijo un hombre gordo que ladeaba la cabeza en un gesto obstinado y humorístico (Me parece que era Ben Johnson). Se ha dado siempre por entendido, cónsul Jacobo, bajo nuestro rey Jaime o bajo su difunta Majestad la reina, que costumbres tan buenas y saludables decaían. Y que era previsible su desaparición. Este anciano canoso no está ahora menos robusto que cuando yo le eché el ojo.
Y creo que también escuché a un hombre vestido con malla verde, como Robin Hood, decir en una mezcla de inglés y francés normando “Pero sí lo vi agonizante”.

–Llevo así mucho tiempo– Dijo Papá Nöel otra vez a su débil manera.
El Sr. Charles Dickens de repente se le acercó y se inclinó delante de él.

–¿Desde cuándo?– preguntó –¿Desde que naciste?

–Sí– contestó el anciano y se dejó caer en su silla temblando –Siempre he agonizado.

El Sr. Charles Dickens se quitó el sombrero haciendo una reverencia como la haría un hombre que llamase a la multitud a amotinarse.

–Ahora lo entiendo– gritó –Nunca morirás.

Gilbert Keith Chesterton