lunes, 10 de septiembre de 2012

RICARDO REIS, LAS ROSAS DEL JARDÍN DE ADONIS AMO


RICARDO REIS
Ricardo Reis es un poeta humanista, que gusta del sosiego horaciano y escribe odas llenas de referencias latinas y griegas.
Es uno de los heterónimos de Fernando Pessoa.



LAS ROSAS DEL JARDÍN DE ADONIS AMO 

Las rosas del jardín de Adonis amo,
esas volucres amo, Lydia,  rosas
        que el día en el que nacen,
        en ese día, mueren.

La luz para ellas es eterna, porque
nacen nacido el sol y ya se acaban
        antes que Apolo deje
        su visible camino.

Así que un día hagamos nuestras vidas,
Lydia, ignorantes voluntariamente
        de que antes y después

        de durar es de noche.

Ricardo Reis
(Heterónimo de Fernando Pessoa)






ADONIS








El despertar de Adonis por Waterhouse


En la mitología griega Adonis, dios de la belleza y del deseo, es una de las figuras de culto más complejas de la época clásica.


Su culto era femenino y se desarrolló en el círculo de jóvenes mujeres alrededor de Safo en Lesbos sobre el 600 a. C., como revela este fragmento de un poema de Safo:


Muchachas
Citerea, ha muerto el tierno Adonis; ay, ¿qué haremos?
Afrodita
Golpeaos, muchachas, y rasgad vuestros vestidos.



ES UN ADONIS

El nombre «adonis» ha pasado al lenguaje como un sustantivo común que se usa para referirse a un hombre joven extremadamente atractivo, a menudo tiene la connotación de merecida vanidad. 

Según el DRAE:

adonis.

(De Adonis, personaje mitológico, por alus. a su hermosura).

1. m. Joven hermoso.





¿QUÉ ERAN LOS JARDINES DE ADONIS?

Las mujeres atenienses plantaban «jardines de Adonis», hierbas de crecimiento rápido que crecían de las semillas y morían.

UNA PLANTA LLAMADA ADONIS

Adonis vernalis por Köhler 1887

Es un género de plantas de flor que contiene una cincuentena de especies en la familia de las ranunculáceas; nativas de Eurasia, donde se dan en forma silvestre, algunas especies se cultivan a efectos ornamentales.


LA ROSA Y ADONIS

Desde tiempos inmemorables la rosa ha sido considerada por todas las culturas como un símbolo del amor. 
El amor, en sus manifestaciones más intensas y al mismo tiempo más delicadas, viene simbolizado por la rosa que es bella y frágil como la pasión amorosa.














El nacimiento de Venus por Sandro Botticelli




Según la mitología griega el primer rosal nació, ya florecido, en el preciso momento en que la diosa Afrodita, diosa del amor, surgía de las olas del mar.
El rosal surgió para embellecer el lugar y perfumar el aire que la diosa iba a respirar por primera vez.
La primera rosa nació blanca. Más tarde, la sangre de Adonis, el amante de la diosa, tintó a las rosas de rojo.






















RICARDO REIS, PARA SER GRANDE SÉ ENTERO





















Para ser grande, se entero: nada tuyo exageres o excluyas.
Sé todo en cada cosa. Pon cuanto eres en lo mínimo que hagas, 

Así la luna entera en cada lago brilla, porque alta vive.

Ricardo Reis
(Heterónimo de Fernando Pessoa)



LA LUNA

SELENE

Selene,asociada también a Artemisa, era la diosa griega de la Luna.

En el arte, Selene era representada como una mujer hermosa de rostro pálido, conduciendo un carro de plata tirado por un yugo de bueyes blancos o un par de caballos.
A menudo era retratada montando un caballo o un toro, vistiendo túnicas, llevando una media luna sobre su cabeza y portando una antorcha.


SELENITA

El término selenita, de origen griego, es el supuesto gentilicio de este satélite. 

Proviene del nombre de Selene, la diosa griega asociada a la Luna. 



LA SELENOLOGÍA
Es el nombre de la ciencia dedicada al estudio de la luna y se corresponde con la geología terrestre. 





























sábado, 8 de septiembre de 2012

MARK TWAIN, UN YANQUI EN LA CORTE DEL REY ARTURO


Mark Twain retratado por Michael J. Deas


MARK TWAIN
Samuel Langhorne Clemens fue un escritor, orador y humorista estadounidense que escribió bajo el seudónimo de Mark Twain.
Nació en Florida (Missouri) en 1835. A los cuatro años, su familia se trasladó a Hannibal (Missouri), puerto fluvial en el Mississippi, y allí realizó sus primeros estudios.

Al morir su padre, comenzó a trabajar como aprendiz en imprentas, y a manejar el oficio de tipógrafo y publicar notas en el periódico de su hermano. 
Posteriormente trabajó en imprentas de Keokuk, Iowa, Nueva York, Filadelfia y otras ciudades. 
Más adelante fue piloto de un barco de vapor, soldado de la Confederación y minero en Nevada.

En 1862 comenzó a trabajar como periodista en el Territorial Enterprise de Virginia City en Nevada y, al año siguiente, comenzó a firmar con el seudónimo Mark Twain
El Territorial Enterprise por Grafton Brown

A partir de 1864 empezó a frecuentar a otros escritores. 

En 1867 viajó a Europa, Egipto y Tierra Santa. 
En 1870 se casó con Olivia Langdon.
La familia Clemens en 1884

Fue reconocido mundialmente durante los últimos años de su vida.


Mark Twain con su toga del doctorado en Oxford
fotografiado en color por Alvin Langdon Coburn


Recibió el doctorado Honoris Causa por la Universidad de Oxford (Inglaterra), en 1907. 
Murió el 21 de abril de 1910 en Nueva York.



Mark Twain leyendo fotografiado en color por Alvin Langdon Coburn


SU OBRA

Una relación completa de sus trabajos es casi imposible de compilar debido al enorme número de trabajos escritos por Twain (a menudo en periódicos poco conocidos) y el hecho de que utilizó varios seudónimos diferentes. 

Además, una gran parte de sus discursos y conferencias se ha perdido o no llegó a transcribirse. 

La recopilación de sus obras es un proceso todavía inacabado. 

Sus investigadores todavía encuentran en la actualidad nuevos trabajos publicados del autor.


Publicó su primera obra en 1865, La célebre rana saltarina del condado de Calaveras


Mark Twain es el autor de obras tan populares como la citada Las aventuras de Tom Sawyer (1876), El príncipe y el mendigo (1882), Vida en el Mississippi (1883), Las aventuras de Huckleberry Finn (1884) o Un yanqui en la corte del rey Arturo (1889).



Su estilo se caracteriza por el humor con tendencia a la sátira y por el retrato naturalista de las vivencias en la zona del río Mississippi.


El vapor de ruedas Mark Twain y el puente Eads  por Hayley Lever



UN YANQUI EN LA CORTE DEL REY ARTURO



Esta novela es una ficción caballeresca y satírica.

Un joven norteamericano del siglo XIX que viaja a través del tiempo y va a parar al mítico siglo VI inglés que se describe en los libros las leyendas artúricas. 



El joven es condenado a morir en la hoguera. Sin embargo, se salva al amenazar con no dejar la luz del sol.

Afortunadamente, el momento de su ejecución coincide con un eclipse de sol y, creyendo que tiene poderes mágicos, lo dejan libre y lo nombran "ministro y ejecutivo perpetuo" del rey. 



El joven no comprende qué sucede en un primer instante, pero en seguida se adapta y empieza a derrochar sus conocimientos para crear las cosas e instituciones que él considera necesarias y la población encuentra disparatadas.




POR SI TE APETECE LEER UN YANQUI EN LA CORTE DEL REY ARTURO
En este enlace puedes hacerlo:



PELICULA DE EDISON: MARK TWAIN 1909

Mark Twain filmado en  familia con sus hijas Clara y Jean en su casa de Stormfield en Redding, Connecticut en 1909.







































miércoles, 5 de septiembre de 2012

EDGAR ALLAN POE, EL CORAZÓN DELATOR






EDGAR ALLAN POE

La obra de Edgar Allan Poe ha sido fuente de inspiración para otros muchos artistas.

Además ha influido en muchos escritores, actores, directores y guionistas de cine, dibujantes e ilustradores.

Aquí puedes ver una genial animación de 1953, en la voz de James Mason, del célebre relato corto de Poe, El corazón delator.









Si te interesa conocer el relato original de Edgar Allan Poe puedes leerlo completo aquí debajo en una traducción de Julio Cortázar.





EL CORAZÓN DELATOR


¡Es cierto! Siempre he sido nervioso, muy nervioso, terriblemente nervioso. ¿Pero por qué afirman ustedes que estoy loco? La enfermedad había agudizado mis sentidos, en vez de destruirlos o embotarlos. Y mi oído era el más agudo de todos. Oía todo lo que puede oírse en la tierra y en el cielo. Muchas cosas oí en el infierno. ¿Cómo puedo estar loco, entonces? Escuchen... y observen con cuánta cordura, con cuánta tranquilidad les cuento mi historia.



Me es imposible decir cómo aquella idea me entró en la cabeza por primera vez; pero, una vez concebida, me acosó noche y día. Yo no perseguía ningún propósito. Ni tampoco estaba colérico. Quería mucho al viejo. Jamás me había hecho nada malo. Jamás me insultó. Su dinero no me interesaba. Me parece que fue su ojo. ¡Sí, eso fue! Tenía un ojo semejante al de un buitre... Un ojo celeste, y velado por una tela. Cada vez que lo clavaba en mí se me helaba la sangre. Y así, poco a poco, muy gradualmente, me fui decidiendo a matar al viejo y librarme de aquel ojo para siempre.


Presten atención ahora. Ustedes me toman por loco. Pero los locos no saben nada. En cambio... ¡Si hubieran podido verme! ¡Si hubieran podido ver con qué habilidad procedí! ¡Con qué cuidado... con qué previsión... con qué disimulo me puse a la obra! Jamás fui más amable con el viejo que la semana antes de matarlo. Todas las noches, hacia las doce, hacía yo girar el picaporte de su puerta y la abría... ¡oh, tan suavemente! Y entonces, cuando la abertura era lo bastante grande para pasar la cabeza, levantaba una linterna sorda, cerrada, completamente cerrada, de manera que no se viera ninguna luz, y tras ella pasaba la cabeza. ¡Oh, ustedes se hubieran reído al ver cuán astutamente pasaba la cabeza! La movía lentamente... muy, muy lentamente, a fin de no perturbar el sueño del viejo. Me llevaba una hora entera introducir completamente la cabeza por la abertura de la puerta, hasta verlo tendido en su cama. ¿Eh? ¿Es que un loco hubiera sido tan prudente como yo? Y entonces, cuando tenía la cabeza completamente dentro del cuarto, abría la linterna cautelosamente... ¡oh, tan cautelosamente! Sí, cautelosamente iba abriendo la linterna (pues crujían las bisagras), la iba abriendo lo suficiente para que un solo rayo de luz cayera sobre el ojo de buitre. Y esto lo hice durante siete largas noches... cada noche, a las doce... pero siempre encontré el ojo cerrado, y por eso me era imposible cumplir mi obra, porque no era el viejo quien me irritaba, sino el mal de ojo. Y por la mañana, apenas iniciado el día, entraba sin miedo en su habitación y le hablaba resueltamente, llamándolo por su nombre con voz cordial y preguntándole cómo había pasado la noche. Ya ven ustedes que tendría que haber sido un viejo muy astuto para sospechar que todas las noches, justamente a las doce, iba yo a mirarlo mientras dormía.

Al llegar la octava noche, procedí con mayor cautela que de costumbre al abrir la puerta. El minutero de un reloj se mueve con más rapidez de lo que se movía mi mano. Jamás, antes de aquella noche, había sentido el alcance de mis facultades, de mi sagacidad. Apenas lograba contener mi impresión de triunfo. ¡Pensar que estaba ahí, abriendo poco a poco la puerta, y que él ni siquiera soñaba con mis secretas intenciones o pensamientos! Me reí entre dientes ante esta idea, y quizá me oyó, porque lo sentí moverse repentinamente en la cama, como si se sobresaltara. Ustedes pensarán que me eché hacia atrás... pero no. Su cuarto estaba tan negro como la pez, ya que el viejo cerraba completamente las persianas por miedo a los ladrones; yo sabía que le era imposible distinguir la abertura de la puerta, y seguí empujando suavemente, suavemente.

Había ya pasado la cabeza y me disponía a abrir la linterna, cuando mi pulgar resbaló en el cierre metálico y el viejo se enderezó en el lecho, gritando:

-¿Quién está ahí?

Permanecí inmóvil, sin decir palabra. Durante una hora entera no moví un solo músculo, y en todo ese tiempo no oí que volviera a tenderse en la cama. Seguía sentado, escuchando... tal como yo lo había hecho, noche tras noche, mientras escuchaba en la pared los taladros cuyo sonido anuncia la muerte.

Oí de pronto un leve quejido, y supe que era el quejido que nace del terror. No expresaba dolor o pena... ¡oh, no! Era el ahogado sonido que brota del fondo del alma cuando el espanto la sobrecoge. Bien conocía yo ese sonido. Muchas noches, justamente a las doce, cuando el mundo entero dormía, surgió de mi pecho, ahondando con su espantoso eco los terrores que me enloquecían. Repito que lo conocía bien. Comprendí lo que estaba sintiendo el viejo y le tuve lástima, aunque me reía en el fondo de mi corazón. Comprendí que había estado despierto desde el primer leve ruido, cuando se movió en la cama. Había tratado de decirse que aquel ruido no era nada, pero sin conseguirlo. Pensaba: "No es más que el viento en la chimenea... o un grillo que chirrió una sola vez". Sí, había tratado de darse ánimo con esas suposiciones, pero todo era en vano. Todo era en vano, porque la Muerte se había aproximado a él, deslizándose furtiva, y envolvía a su víctima. Y la fúnebre influencia de aquella sombra imperceptible era la que lo movía a sentir -aunque no podía verla ni oírla-, a sentir la presencia de mi cabeza dentro de la habitación.

Después de haber esperado largo tiempo, con toda paciencia, sin oír que volviera a acostarse, resolví abrir una pequeña, una pequeñísima ranura en la linterna.

Así lo hice -no pueden imaginarse ustedes con qué cuidado, con qué inmenso cuidado-, hasta que un fino rayo de luz, semejante al hilo de la araña, brotó de la ranura y cayó de lleno sobre el ojo de buitre.

Estaba abierto, abierto de par en par... y yo empecé a enfurecerme mientras lo miraba. Lo vi con toda claridad, de un azul apagado y con aquella horrible tela que me helaba hasta el tuétano. Pero no podía ver nada de la cara o del cuerpo del viejo, pues, como movido por un instinto, había orientado el haz de luz exactamente hacia el punto maldito.

¿No les he dicho ya que lo que toman erradamente por locura es sólo una excesiva agudeza de los sentidos? En aquel momento llegó a mis oídos un resonar apagado y presuroso, como el que podría hacer un reloj envuelto en algodón. Aquel sonido también me era familiar. Era el latir del corazón del viejo. Aumentó aún más mi furia, tal como el redoblar de un tambor estimula el coraje de un soldado.

Pero, incluso entonces, me contuve y seguí callado. Apenas si respiraba. Sostenía la linterna de modo que no se moviera, tratando de mantener con toda la firmeza posible el haz de luz sobre el ojo. Entretanto, el infernal latir del corazón iba en aumento. Se hacía cada vez más rápido, cada vez más fuerte, momento a momento. El espanto del viejo tenía que ser terrible. ¡Cada vez más fuerte, más fuerte! ¿Me siguen ustedes con atención? Les he dicho que soy nervioso. Sí, lo soy. Y ahora, a medianoche, en el terrible silencio de aquella antigua casa, un resonar tan extraño como aquél me llenó de un horror incontrolable. Sin embargo, me contuve todavía algunos minutos y permanecí inmóvil. ¡Pero el latido crecía cada vez más fuerte, más fuerte! Me pareció que aquel corazón iba a estallar. Y una nueva ansiedad se apoderó de mí... ¡Algún vecino podía escuchar aquel sonido! ¡La hora del viejo había sonado! Lanzando un alarido, abrí del todo la linterna y me precipité en la habitación. El viejo clamó una vez... nada más que una vez. Me bastó un segundo para arrojarlo al suelo y echarle encima el pesado colchón. Sonreí alegremente al ver lo fácil que me había resultado todo. Pero, durante varios minutos, el corazón siguió latiendo con un sonido ahogado. Claro que no me preocupaba, pues nadie podría escucharlo a través de las paredes. Cesó, por fin, de latir. El viejo había muerto. Levanté el colchón y examiné el cadáver. Sí, estaba muerto, completamente muerto. Apoyé la mano sobre el corazón y la mantuve así largo tiempo. No se sentía el menor latido. El viejo estaba bien muerto. Su ojo no volvería a molestarme.

Si ustedes continúan tomándome por loco dejarán de hacerlo cuando les describa las astutas precauciones que adopté para esconder el cadáver. La noche avanzaba, mientras yo cumplía mi trabajo con rapidez, pero en silencio. Ante todo descuarticé el cadáver. Le corté la cabeza, brazos y piernas.

Levanté luego tres planchas del piso de la habitación y escondí los restos en el hueco. Volví a colocar los tablones con tanta habilidad que ningún ojo humano -ni siquiera el suyo- hubiera podido advertir la menor diferencia. No había nada que lavar... ninguna mancha... ningún rastro de sangre. Yo era demasiado precavido para eso. Una cuba había recogido todo... ¡ja, ja!

Cuando hube terminado mi tarea eran las cuatro de la madrugada, pero seguía tan oscuro como a medianoche. En momentos en que se oían las campanadas de la hora, golpearon a la puerta de la calle. Acudí a abrir con toda tranquilidad, pues ¿qué podía temer ahora?

Hallé a tres caballeros, que se presentaron muy civilmente como oficiales de policía. Durante la noche, un vecino había escuchado un alarido, por lo cual se sospechaba la posibilidad de algún atentado. Al recibir este informe en el puesto de policía, habían comisionado a los tres agentes para que registraran el lugar.

Sonreí, pues... ¿qué tenía que temer? Di la bienvenida a los oficiales y les expliqué que yo había lanzado aquel grito durante una pesadilla. Les hice saber que el viejo se había ausentado a la campaña. Llevé a los visitantes a recorrer la casa y los invité a que revisaran, a que revisaran bien. Finalmente, acabé conduciéndolos a la habitación del muerto. Les mostré sus caudales intactos y cómo cada cosa se hallaba en su lugar. En el entusiasmo de mis confidencias traje sillas a la habitación y pedí a los tres caballeros que descansaran allí de su fatiga, mientras yo mismo, con la audacia de mi perfecto triunfo, colocaba mi silla en el exacto punto bajo el cual reposaba el cadáver de mi víctima.

Los oficiales se sentían satisfechos. Mis modales los habían convencido. Por mi parte, me hallaba perfectamente cómodo. Sentáronse y hablaron de cosas comunes, mientras yo les contestaba con animación. Mas, al cabo de un rato, empecé a notar que me ponía pálido y deseé que se marcharan. Me dolía la cabeza y creía percibir un zumbido en los oídos; pero los policías continuaban sentados y charlando. El zumbido se hizo más intenso; seguía resonando y era cada vez más intenso. Hablé en voz muy alta para librarme de esa sensación, pero continuaba lo mismo y se iba haciendo cada vez más clara... hasta que, al fin, me di cuenta de que aquel sonido no se producía dentro de mis oídos.

Sin duda, debí de ponerme muy pálido, pero seguí hablando con creciente soltura y levantando mucho la voz. Empero, el sonido aumentaba... ¿y que podía hacer yo? Era un resonar apagado y presuroso..., un sonido como el que podría hacer un reloj envuelto en algodón. Yo jadeaba, tratando de recobrar el aliento, y, sin embargo, los policías no habían oído nada. Hablé con mayor rapidez, con vehemencia, pero el sonido crecía continuamente. Me puse en pie y discutí sobre insignificancias en voz muy alta y con violentas gesticulaciones; pero el sonido crecía continuamente. ¿Por qué no se iban? Anduve de un lado a otro, a grandes pasos, como si las observaciones de aquellos hombres me enfurecieran; pero el sonido crecía continuamente. ¡Oh, Dios! ¿Qué podía hacer yo? Lancé espumarajos de rabia... maldije... juré... Balanceando la silla sobre la cual me había sentado, raspé con ella las tablas del piso, pero el sonido sobrepujaba todos los otros y crecía sin cesar. ¡Más alto... más alto... más alto! Y entretanto los hombres seguían charlando plácidamente y sonriendo. ¿Era posible que no oyeran? ¡Santo Dios! ¡No, no! ¡Claro que oían y que sospechaban! ¡Sabían... y se estaban burlando de mi horror! ¡Sí, así lo pensé y así lo pienso hoy! ¡Pero cualquier cosa era preferible a aquella agonía! ¡Cualquier cosa sería más tolerable que aquel escarnio! ¡No podía soportar más tiempo sus sonrisas hipócritas! ¡Sentí que tenía que gritar o morir, y entonces... otra vez... escuchen... más fuerte... más fuerte... más fuerte... más fuerte!

-¡Basta ya de fingir, malvados! -aullé-. ¡Confieso que lo maté! ¡Levanten esos tablones! ¡Ahí... ahí! ¡Donde está latiendo su horrible corazón!


FIN





























domingo, 2 de septiembre de 2012

EDGAR ALLAN POE, LA NARRACIÓN DE ARTHUR GORDON PYM





«La Narración de Arthur Gordon Pym de Nantucket comprende los detalles de un motín y las atroces carnicerías a bordo del bergantín Grampus, en su viaje a los Mares del Sur, en el mes de junio de 1827; con un relato de la reconquista del buque por los sobrevivientes; su naufragio y los horribles sufrimientos por el hambre; su rescate por la goleta británica Jane Guy; el breve crucero de esta última por el océano Antártico, su captura y la matanza de la tripulación en un archipiélago del paralelo 84 de latitud sur» 


Noticia que acompañaba a la edición original de 1838.



LA NARRACIÓN DE ARTHUR GORDON PYM


La narración de Arthur Gordon Pym fue apareciendo por entregas en la revista Southern Literary Messenger en 1837.

Se supone que Poe escribe una novela de aventuras por motivos económicos y porque a los lectores de la época les atraían las historias de aventuras publicadas por entregas.

Al año siguiente, en 1938, sería publicada ya con formato de novela. 



Por aquel entonces estaban en boca de todos las descripciones que llegaban sobre La Antártida, el nuevo continente descubierto hacía dieciocho años por el aventurero John Davis, y Edgar Allan Poe no fue ajeno a ellas. 



El relato es un fiel reflejo del interés de la época por las expediciones polares.
Hay influencias de Robinson Crusoe, de Daniel Defoe, y así como de El Holandés errante, la leyenda más conocida de buques fantasmas que navegan por los mares.  
Pese a ser un relato repleto de emocionantes aventuras, el terror es el elemento predominante.














ARGUMENTO


El protagonista, Arthur Gordon Pym, se embarca clandestinamente en el barco ballenero Grampus. 


Sufre muchas experiencias y variadas desgracias, entre las que se encuentran: motines, naufragios, canibalismo, guerras con nativos, que ponen en riesgo su vida.

Finalmente se interna en parajes remotos de los mares antárticos, hasta que sufre una sobrecogedora revelación con la que culmina la historia.



Este sombrío y prodigioso desenlace de la obra, es uno de los más enigmáticos que se recuerdan en la historia de la literatura. 








Pero la novela es singular por otros motivos. Hay crudos elementos en ella que invitan a la especulación y a la polémica: sanguinarias escenas de violencia, de cadáveres en descomposición, incluso de canibalismo, todas ellas, tal  y como es propio de Poe, muy bien descritas y llenas de  terribles detalles escabrosos.



Por ello se ha dicho que "el goticismo de Poe no es una acumulación espectral de castillos embrujados, vampiros sedientos y heroínas acosadas, sino que la iluminación psicológica de los recintos más íntimos y oscuros de la mente".



Poe sabía utilizar el terror psicológico y por eso hace pasar a sus personajes por las peores situaciones que puede sufrir el ser humano como la claustrofobia que padece Pym en la sentina del barco ballenero, alcanzando incluso un nivel de delirio provocado por la falta de agua y alimentos, la ansiedad por la tardanza de su amigo en sacarlo de ese martirio, los asesinatos que tienen lugar a bordo a causa de un motín que se produce, la necesidad de acudir al canibalismo pues uno de los supervivientes debería de ser sacrificado para servir de alimento a sus compañeros, el horror provocado cuando pasa junto a ellos un buque fantasma pues se dan cuenta de que toda su tripulación son cadáveres. La llegada a una tierra desconocida habitada por seres extraños y feroces así como por animales nunca vistos.







IVÁN AIVAZOSKI

















Para ilustrar esta entrada sobre la novela, La narración de Arthur Gordon Pym de Edgar Allan Poe, se han utilizado algunas de las famosas marinas de Iván Aivazovski pintor ruso de ascendencia armenia y contemporáneo del escritor.