lunes, 18 de noviembre de 2019

FEDERICO GARCÍA LORCA, CHOVE EN SANTIAGO


FEDERICO GARCÍA LORCA 
El poeta Federico García Lorca visitó Galicia en varias ocasiones.
Lorca, en octubre de 1916, a los 18 años, participó en un viaje de estudios por Castilla, Galicia y León. 
En este viaje, el poeta estuvo estuvo cinco días en Galicia y visitó Orense, Redondela, Santiago de Compostela, La Coruña y Lugo.
Lorca volverá tres veces más a Galicia.
En 1932, año en el que escribe el primer poema en gallego, inició entonces otra aventura, culminada en diciembre de 1935 con los Seis poemas galegos.

En Lugo fue donde el poeta escribió a mano el primero de sus poemas en gallego. 
Lo hizo ante el grupo de amigos que viajaban con él en 1932 y los dejó completamente sorprendidos al escribir, sobre un papel que les pidió de forma improvisada, el poema Madrigal a la ciudad de Santiago en el que describe la ciudad del apóstol con la lluvia.
MADRIGAL A LA CIUDAD DE SANTIAGO
Este poema recogido en la obra Seis poemas galegos publicada en 1935 refleja el amor que Lorca sentía por Santiago de Compostela, ciudad que recorrió con poetas gallegos como Guerra Dacal, Eduardo Blanco Amor o Ángel Casal.



CHOVE EN SANTIAGO

Chove en Santiago,
meu doce amor.
Camelia branca do ar
brila entebrecida ó sol.
Chove en Santiago
na noite escura.
Herbas de prata e de sono
cobren a valeira lúa.
Olla a choiva pola rúa,
laio de pedra e cristal.
Olla no vento esvaído
soma e cinza do teu mar.
Soma e cinza do teu mar
Santiago, lonxe do sol;
ágoa da mañán anterga
trema no meu corazón.


Federico García Lorca




















domingo, 17 de noviembre de 2019

JANE AUSTEN, BIOGRAFÍA

JANE AUSTEN
Jane Austen fue una destacada novelista británica que se considera uno de los "clásicos" de la literatura inglesa. 
Jane nació  Steventon Parsonage el 16 de diciembre de 1775. 
Su padre fue un pastor anglicano y profesor de Hampshire y su madre ama de casa que se ocupó de sus numerosos hijos y de los pupilos de su marido.

Steventon Parsonage, casa natal de Jane Austen

Jane Austen creció en una familia feliz y muy unida, y fue la séptima de ocho hermanos.

Jane estuvo toda la vida muy unida con su única hermana, Cassandra.

En 1801, los Austen se trasladaron a Bath y, tras la muerte del padre de la familia, en 1805, primero a Southampton y luego a Chawton, un pueblo de Hampshire, donde la escritora redactó la mayoría de sus novelas.

Vista de Bath en el siglo XIX


Jane Austen comenzó a escribir a una edad temprana y sus obras juveniles incluyen bocetos dramáticos, parodias y poemas. 
Sus escritos circularon entre sus amigos y familiares y llegaron a los editores, pero pasó más de una década antes de que se imprimiera Sentido y sensibilidad a la que siguió muy pronto Orgullo y prejuicio que   fue escrita a escondidas entre 1796 y 1797 y durante mucho tiempo permaneció inédita, y se llamaba originalmente First impressions
Estas dos novelas Sentido y sensibilidad, publicada  el 1811, y Orgullo y prejuicio, publicada dos años más tarde en 1813, giran en torno a las relaciones entre hermanas.
Jane Austen dibujada por su hermana Cassandra.

Tanto Jane como Cassandra tuvieron romances, pero, como las heroínas de Austen, se negaron a casarse por situarse socialmente. 
Al fallecimiento de su padre en 1805 solo quedaban viviendo con la madre en la casa las dos hermanas Austen en una precaria situación económica.
Ambas permanecieron solteras,  y acompañaron y apoyaron a su madre tras la muerte de su padre .
Jane llevó una vida tranquila y retirada en su casa con apenas algún viaje a Londres.

 Guardarropa en la Sala de Asambleas de Clifton por Rolinda Sharples, 1817

En 1809, Austen se mudó con su madre y su hermana a Chawton, un tranquilo pueblo de Hampshire. 
Allí, en una casa que les regaló su acaudalado hermano Edward,  Jane Austen pasó sus años más felices. 
Casa de Jane Austen en Chawton, Hampshire

La finalización de sus seis novelas data de este período. 
Mansfield Park se publicó en 1814 y Emma, ​​con su casamentera heroína de quien Austen predijo en tono de broma "a nadie más que a mí le gustará mucho", en 1815.
Austen murió, a la edad de 41 años, el 18 de julio de 1817, dejando dos novelas,  Persuasión y La abadía de Northanger, una sátira de la novela gótica, para ser publicadas póstumas un año después.
Alguna de sus obras quedaron inacabadas.

Casa de Jane Austen, mesa en la que escribía la autora en Chawton

OBRAS DE JANE AUSTEN


Además de las Juvenilia, sus obras de infancia y primera juventud, Jane Austen nos dejó seis novelas, una novela corta epistolar, Lady Susan, y algunos trabajos inacabados, Los WatsonsSanditon.
Las Cartas, se conservan numerosas aunque su hermana Cassandra quemó  parte de su correspondencia tras la muerte de la escritora. 
Carta de Jane Austen a su hermana Cassandra

Debido a las dificultades de distinto tipo que suponía en su época ser una mujer escritora algunas de sus obras se publicaron anónimas o con seudónimo masculino.
1811 Sentido y sensibilidad
1813 Orgullo y prejuicio
1814 Mansfield Park 
1815 Emma 
1818 La abadía de Northanger
1818 Persuasión 
El retrato Rice, 
supuesto retrato de Jane Austen 
pintado por Ozias Humphry





domingo, 10 de noviembre de 2019

HIDEO KOJIMA, DEATH STRANDING

HIDEO KOJIMA
El desarrollador de videojuegos japonés Hideo Kojima, el creador de la saga Metal Gearestrenó este viernes, 8 de noviembre de 2019, el tan esperado videojuego Death Stranding para Playstation 4.
Su perfil en Twitter nos informa: Creador de videojuegos: el 70% de mi cuerpo está hecho de películas.


DEATH STRANDING


Death Stranding nos lleva a viajar a través de un mundo futuro, post-apocalíptico y distópico, en el que una naturaleza hermosa y salvaje nos guía en nuestra aventura junto a Sam Porter.
La presentación del juego nos dice así:

"En un futuro cercano, misteriosas explosiones han sacudido al planeta, desencadenando una serie de eventos sobrenaturales conocidos como Death Stranding. El panorama no es prometedor: el mundo está repleto de extraordinarias criaturas espectrales, y el planeta se encuentra al borde de la extinción masiva. Ahora depende de Sam Bridges abrirse camino por el páramo devastado y salvar a los humanos del exterminio inminente".
Death Stranding se trata de un videojuego que combina los géneros  de exploración, sigilo y acción.

SAM PORTER


El protagonista de la trama es Sam Porter, un repartidor autónomo, que recorre las Ciudades Unidas de América (UCA), llevando objetos de un sitio a otro.
No es un superhéroe ni tiene habilidades ni armas especiales.

Sam lleva en sus manos "los restos del futuro", un bebé, y su trabajo es entregar mensajes y conectar el mundo.
Sam tiene que recorrer llanuras  bosques, montañas y ciudades desoladas para llevar encargos a los pocos supervivientes que quedan esparcidos por los EE.UU y convencerlos para que se unan a la red quiral, una especie de internet sobrenatural, de las UCA. 




LA NUEVA FILOSOFÍA DEL JUEGO: LA CONEXIÓN


El juego se basa en conectar y Kojima lo plantea como una reacción a sucesos de nuestro mundo actual como el muro de Trump o el Brexit. 
Kojima cree que "hay un montón de muros y de personas que solo piensan en sí mismas alrededor del mundo".

Además de la modalidad para un jugador, que nos incita a conectar y a colaborar en muchos sentidos, Death Stranding permite también un modo multijugador online con una nueva filosofía de juego. No es un juego competitivo sino cooperativo. Se trata de una comunicación y colaboración asincrónica con otros jugadores. 

Estés conectando ciudades, conectando vidas o conectando carreteras, el mensaje que transmite el juego es sencillo: la humanidad funciona mejor unida.
Por esta razón en el juego tienen mucha importancia los elementos simbólicos de conexión: cuerdas, hilos, cordones umbilicales, lazos, escaleras, puentes, caminos, cables...



EL CINE Y DEATH STRANDING




Hideo Kojima es un gran cinéfilo y en el juego hay numerosas referencias al cine y a las películas favoritas de Kojima: Apocalypse Now de Francis Ford CoppolaEl cazador de Michael CiminoLos siete samurais de Akira Kurosawa, de  Kong: Skull Island de Jordan Vogt-Roberts.

También aparecen en el juego los cameos de algunos de sus amigos como Guillermo del Toro director de Pacific Rim y de Nicolas Winding director de Drive, entre otros famosos.
No olvidemos que Kojima  ha creado dos videojuegos de culto llenos de referencias cinematográficas Snatcher Policenauts basados en las películas Blade Runner y Arma letal.

Kojima siempre ha chocado con las limitaciones del hardware.  En una entrevista en The New Yorker se lamentaba de que "los juegos estaban limitados como las películas de Chaplin o Keaton: saltar, correr, cavar, lanzar. No podía haber temas o mensajes significativos."







LA MÚSICA



La relajante y delicada banda sonora de Death Stranding, tiene, como en el cine, un papel protagonista.
La música se une al resto de sonidos que acompañan al viaje mientras avanzamos con Sam Porter por paisajes agrestes y espectaculares. 

Pero, cuando lo requiere, en las batallas, la banda sonora se vuelve épica o aterradora, en los encuentros con los BTs.


LA MUERTE VARADA


El tema de la muerte está presente en toda la obra ya desde el propio nombre del videojuego y esto es muy significativo en en un autor como Hideo Kojima tan cuidadoso con la elección de los nombres en sus creaciones. 
Death StrandingLa Muerte Varada, es el nombre de un suceso sobrenatural que produjo una catástrofe que destruyó el mundo que conocemos ahora para siempre.
Death Stranding, la muerte varada, la muerte detenida, pero también se puede traducir por la muerte enlazada.

La filosofía del juego gira en torno a la idea de la conexión entre la vida y la muerte.
Hay numerosas referencias al Hades o el mundo de los muertos y en el juego nos encontramos con soldados esqueletos, criatura espectrales y saltos temporales a distintas guerras del pasado.





TRÁILER DE DEATH STRANDING
Aquí puedes ver uno de los vídeos de presentación de este videojuego:







Las imágenes utilizadas para esta entrada pertenecen a Kojima Productions.








domingo, 3 de noviembre de 2019

HOMERO, LA ODISEA (CANTO IX) EL CÍCLOPE POLIFEMO




Homero por Jean-Baptiste Auguste Leloir, 1841

HOMERO
Poeta griego del siglo VIII a.C. al que se atribuye la autoría de la Ilíada y la Odisea, los dos grandes poemas épicos de la antigua Grecia.

La Odisea narra las aventuras de Odiseo o Ulises, rey de Ítaca, en el viaje de regreso desde Troya hasta su patria y su venganza de los pretendientes de su esposa, Penélope.

Odiseo tardó veinte años en regresar a Ítaca: diez de la guerra de Troya y otros diez años más en las aventuras de su regreso a su isla.
En el Canto IX de la Odisea se relata el encuentro de Ulises y sus compañeros con el Cíclope Polifemo.

LA ODISEA (CANTO IX)
EPISODIO DEL CÍCLOPE POLIFEMO

Paisaje con Polifemo por Nicolas Poussin, 1649

Delante del puerto, no muy cercana ni a gran distancia tampoco de la región de los cíclopes, hay una isleta poblada de bosque, con una infinidad de cabras monteses, pues no las ahuyenta el paso de hombre alguno ni van allá los cazadores, que se fatigan recorriendo las selvas en las cumbres de las montañas. No se ven en ella ni rebaños ni labradíos, sino que el terreno está siempre sin sembrar y sin arar, carece de hombres, y cría bastantes cabras. Pues los cíclopes no tienen naves de rojas proas, ni poseen artífices que se las construyan de muchos bancos -como las que transportan mercancías a distintas poblaciones en los frecuentes viajes que los hombres efectúan por mar, yendo los unos en busca de los otros-, los cuales hubieran podido hacer que fuese muy poblada aquella isla, que no es mala y daría a su tiempo frutos de toda especie, porque tiene junto al espumoso mar prados húmedos y tiernos y allí la vid jamás se perdiera. La parte inferior es llana y labradera; y podrían segarse en la estación oportuna mieses altísimas por ser el suelo muy pingüe. Posee la isla un cómodo puerto, donde no se requieren amarras, ni es preciso echar áncoras, ni atar cuerdas; pues, en aportando allí, se está a salvo cuanto se quiere, hasta que el ánimo de los marineros les incita a partir y el viento sopla.


En lo alto del puerto mana una fuente de agua límpida, debajo de una cueva a cuyo alrededor han crecido álamos. Allá pues, nos llevaron las naves, y algún dios debió de guiarnos en aquella noche obscura en la que nada distinguíamos, pues la niebla era cerrada alrededor de los bajeles y la luna no brillaba en el cielo, que cubrían los nubarrones. Nadie vio con sus ojos la isla ni las ingentes olas que se quebraban en la tierra, hasta que las naves de muchos bancos hubieron abordado. Entonces amainamos todas las velas, saltamos a la orilla del mar y, entregándonos al sueño, aguardamos que amaneciera la divina Aurora.

No bien se descubrió la hija de la mañana, Aurora de rosáceos dedos, anduvimos por la isla muy admirados. En esto las ninfas, prole de Zeus que lleva la égida, levantaron montaraces cabras para que comieran mis compañeros. Al instante tomamos de los bajeles los corvos arcos y los venablos de larga punta, nos distribuimos en tres grupos, tiramos, y muy presto una deidad nos facilitó abundante caza. Doce eran las naves que me seguían y a cada una le correspondieron nueve cabras, apartándose diez para mí solo. Y ya todo el día hasta la puesta del sol, estuvimos sentados, comiendo carne en abundancia y bebiendo dulce vino; que el rojo licor aun no faltaba en las naves, pues habíamos hecho gran provisión de ánforas al tomar la sagrada ciudad de los cícones. Estando allí echábamos la vista a la tierra de los cíclopes, que se hallaban cerca, y divisábamos el humo y oíamos las voces que ellos daban, y los balidos de las ovejas y de las cabras. Cuando el sol se puso y sobrevino la obscuridad, nos acostamos en la orilla del mar.

Mas, así que se descubrió la hija de la mañana, Aurora de rosáceos dedos, los llamé a junta y les dije estas razones:


—Quedaos aquí, mis fieles amigos, y yo con mi nave y mis compañeros iré allá y procuraré averiguar qué hombres son aquéllos; si son violentos, salvajes e injustos, u hospitalarios y temerosos de las deidades.

Cuando así hube hablado subí a la nave y ordené a los compañeros que me siguieran y desataran las amarras. Ellos se embarcaron al instante y, sentándose por orden en los bancos, comenzaron a batir con los remos el espumoso mar. Y tan luego como llegamos a dicha tierra, que estaba próxima, vimos en uno de los extremos y casi tocando al mar una excelsa gruta a la cual daban sombra algunos laureles, en ella reposaban muchos hatos de ovejas y de cabras, y en contorno había una alta cerca labrada con piedras profundamente hundidas, grandes pinos y encinas de elevada copa. Allí moraba un varón gigantesco, solitario, que entendía en apacentar rebaños lejos de los demás hombres, sin tratarse con nadie; y, apartado de todos, ocupaba su ánimo en cosas inicuas. Era un monstruo horrible y no se asemejaba a los hombres que viven de pan, sino a una selvosa cima que entre altos montes se presentase aislada de las demás cumbres.

Entonces ordené a mis fieles compañeros que se quedasen a guardar la nave; escogí los doce mejores y juntos echamos a andar, con un pellejo de cabra lleno de negro y dulce vino que me había dado Marón, vástago de Evantes y sacerdote de Apolo, el dios tutelar de Ismaro; porque, respetándole, lo salvamos con su mujer e hijos que vivían en un espeso bosque consagrado a Febo Apolo. Me hizo Marón ricos dones, pues me regaló siete talentos de oro bien labrado, una crátera de plata y doce ánforas de un vino dulce y puro, bebida de dioses, que no conocían sus siervos ni sus esclavas, sino tan sólo él, su esposa y una despensera. Cuando bebían este rojo licor, dulce como la miel, echaban una copa del mismo y veinte de agua; y de la crátera salía un olor tan suave y divinal, que no sin pena se hubiese renunciado a saborearlo. De este vino llevaba un gran odre completamente lleno y además viandas en un zurrón; pues ya desde el primer instante se figuró mi ánimo generoso que se nos presentaría un hombre dotado de extraordinaria fuerza, salvaje, e ignorante de la justicia y de las leyes.

Pronto llegamos a la gruta; mas no dimos con él, porque estaba apacentando las pingües ovejas. Entramos y nos pusimos a contemplar con admiración y una por una todas las cosas; había zarzos cargados de quesos; los establos rebosaban de corderos y cabritos, hallándose encerrado, separadamente los mayores, los medianos y los recentales; y goteaba el suero de todas las vasijas, tarros y barreños, de que se servía para ordeñar. Los compañeros empezaron a suplicarme que nos apoderásemos de algunos quesos y nos fuéramos, y que luego, sacando prestamente de los establos los cabritos y los corderos, y conduciéndolos a la velera nave, surcáramos de nuevo el salobre mar. Mas yo no me dejé persuadir -mucho mejor hubiera sido seguir su consejo- con el propósito de ver a aquel y probar si me ofrecería los dones de la hospitalidad. Pero su venida no había de serles grata a mis compañeros.

Encendimos fuego, ofrecimos un sacrificio a los dioses, tomamos algunos quesos, comimos, y le aguardamos, sentados en la gruta, hasta que volvió con el ganado. Traía una gran carga de leña seca para preparar su comida y la descargó dentro de la cueva con tal estruendo que nosotros, llenos de temor, nos refugiamos apresuradamente en lo más hondo de la misma. Luego metió en el espacioso antro todas las pingües ovejas que tenía que ordeñar, dejando a la puerta, dentro del recinto de altas paredes, los carneros y los bucos. Después cerró la puerta con un pedrejón grande y pesado que llevó a pulso y que no hubiesen podido mover del suelo veintidós sólidos carros de cuatro ruedas. ¡Tan inmenso era el peñasco que colocó a la entrada! Sentóse enseguida, ordeñó las ovejas y las baladoras cabras, todo como debe hacerse, y a cada una le puso su hijito. A la hora, haciendo cuajar la mitad de la blanca leche, la amontonó en canastillos de mimbre, y vertió la restante en unos vasos para bebérsela y así le serviría de cena.

Acabadas con prontitud tales faenas, encendió fuego, y al vernos, nos hizo estas preguntas:

—¡Oh forasteros! ¿Quiénes sois? ¿De dónde llegasteis navegando por húmedos caminos? ¿Venís por algún negocio o andáis por el mar, a la ventura, como los piratas que divagan, exponiendo su vida y produciendo daño a los hombres de extrañas tierras?

Así dijo. Nos quebraba el corazón el temor que nos produjo su voz grave y su aspecto monstruoso. Mas, con todo eso, le respondí de esta manera:

—Somos aqueos a quienes extraviaron, al salir de Troya, vientos de toda clase, que nos llevan por el gran abismo del mar; deseosos de volver a nuestra patria llegamos aquí por otra ruta, por otros caminos, porque de tal suerte debió de ordenarlo Zeus. Nos preciamos de ser guerreros de Agamemnón Atrida, cuya gloria es inmensa debajo del cielo -¡tan grande ciudad ha destruido y a tantos hombres ha hecho perecer!-, y venimos a abrazar tus rodillas por si quisieras presentarnos los dones de la hospitalidad o hacernos algún otro regalo, como es costumbre entre los huéspedes. Respeta, pues, a los dioses, varón excelente; que nosotros somos ahora tus suplicantes. Y a suplicante y forasteros los venga Zeus hospitalario, el cual acompaña a los venerandos huéspedes.

Así le hablé; y me respondió en seguida con ánimo cruel:

—¡Oh forastero! Eres un simple o vienes de lejanas tierras cuando me exhortas a temer a los dioses y a guardarme de su cólera: que los ciclopes no se cuidan de Zeus, que lleva la égida, ni de los bienaventurados númenes, porque aun les ganan en ser poderosos; y yo no te perdonaría ni a ti ni a tus compañeros por temor a la enemistad de Zeus, si mi ánimo no me lo ordenase. Pero dime en qué sitio, al venir, dejaste la bien construida embarcación: si fue, por ventura, en lo más apartado de la playa o en un paraje cercano, a fin de que yo lo sepa.

Así dijo para tentarme. Pero su intención no me pasó inadvertida a mí que sé tanto, y de nuevo le hablé con engañosas palabras:

—Poseidón, que sacude la tierra, rompió mi nave llevándola a un promontorio y estrellándola contra las rocas en los confines de vuestra tierra, el viento que soplaba del ponto se la llevó y pudiera librarme, junto con éstos, de una muerte terrible.

Así le dije. El Cíclope, con ánimo cruel, no me dio respuesta; pero, levantándose de súbito, echó mano a los compañeros, agarró a dos y, cual si fuesen cachorrillos los arrojó a tierra con tamaña violencia que el encéfalo fluyó del suelo y mojó el piso. De contado despedazó los miembros, se aparejó una cena y se puso a comer como montaraz león, no dejando ni los intestinos, ni la carne, ni los medulosos huesos. Nosotros contemplábamos aquel horrible espectáculo con lágrimas en los ojos, alzando nuestras manos a Zeus; pues la desesperación se había señoreado de nuestro ánimo. El cíclope, tan luego como hubo llenado su enorme vientre, devorando carne humana y bebiendo encima leche sola, se acostó en la gruta tendiéndose en medio de las ovejas.

Entonces formé en mi magnánimo corazón el propósito de acercarme a él y, sacando la aguda espada que colgaba de mi muslo, herirle el pecho donde las entrañas rodean el hígado, palpándolo previamente; mas otra consideración me contuvo. Habríamos, en efecto, perecido allí de espantosa muerte, a causa de no poder apartar con nuestras manos la enorme roca que el Cíclope colocó en la alta entrada. Y así, dando suspiros, aguardamos que apareciera la divina Aurora.

Cuando se descubrió la hija de la mañana, Eos de rosáceos dedos, el Cíclope encendió fuego y ordeñó las gordas ovejas, todo como debe hacerse, y a cada una le puso su cría. Acabadas con prontitud tales faenas, echó mano a otros dos de los míos, y con ellos se preparó el almuerzo.

En acabando de comer sacó de la cueva los pingües ganados, removiendo con facilidad la enorme piedra de la puerta; pero al instante lo volvió a colocar, del mismo modo que si a un carcaj le pusiera su tapa.

Mientras el Cíclope aguijaba con gran estrépito sus pingües rebaños hacia el monte, yo me quedé meditando siniestras trazas, por si de algún modo pudiese vengarme y Atenea me otorgara la victoria.

Al fin me pareció que la mejor resolución sería la siguiente. Echada en el suelo del establo se veía una gran clava de olivo verde, que el Cíclope había cortado para llevarla cuando se secase. Nosotros, al contemplarla, la comparábamos con el mástil de un negro y ancho bajel de transporte que tiene veinte remos y atraviesa el dilatado abismo del mar: tan larga y tan gruesa se nos presentó a la vista. Me acerqué a ella y corté una estaca como de una braza, que di a los compañeros, mandándoles que la puliesen. No bien la dejaron lisa, agucé uno de sus cabos, la endurecí, pasándola por el ardiente fuego, y la oculté cuidadosamente debajo del abundante estiércol esparcido por la gruta. Ordené entonces que se eligieran por suerte los que, uniéndose conmigo deberían atreverse a levantar la estaca y clavarla en el ojo del Cíclope cuando el dulce sueño le rindiese. Les tocó la suerte a los cuatro que yo mismo hubiera escogido en tal ocasión, y me junté con ellos formando el quinto.

Por la tarde volvió el Cíclope con el rebaño de hermoso vellón, que venía de pacer, e hizo entrar en la espaciosa gruta a todas las pingues reses, sin dejar a ninguna dentro del recinto; ya porque sospechase algo, ya porque algún dios se lo ordenara. Cerró la puerta con el pedrejón que llevó a pulso, se sentó, ordeñó las ovejas y las baladoras cabras, todo como debe hacerse, y a cada una le puso su cría.

Acabadas con prontitud tales cosas, agarró a otros dos de mis amigos y con ellos se aparejó la cena. Entonces me llegué al Cíclope, y teniendo en la mano una copa de negro vino, le hablé de esta manera:

—Toma, Cíclope, bebe vino, ya que comiste carne humana, a fin de que sepas qué bebida se guardaba en nuestro buque. Te lo traía para ofrecer una libación en el caso de que te apiadases de mí y me enviaras a mi casa, pero tú te enfureces de intolerable modo. ¡Cruel! ¿Cómo vendrá en lo sucesivo ninguno de los muchos hombres que existen, si no te portas como debieras?
Ulises en la cueva del Cíclope Polifemo por Carl Christian Constantin Hansen, 1835

Así le dije. Tomó el vino y se lo bebió. Y le gustó tanto el dulce licor que me pidió más:

—Dame de buen grado más vino y hazme saber inmediatamente tu nombre para que te ofrezca un don hospitalario con el cual huelgues. Pues también a los Cíclopes la fértil tierra les produce vino en gruesos racimos, que crecen con la lluvia enviada por Zeus; mas esto se compone de ambrosía y néctar.

Así habló, y volví a servirle el negro vino: tres veces se lo presenté y tres veces bebió incautamente. Y cuando los vapores del vino envolvieron la mente del Cíclope, le dije con suaves palabras:

—¡Cíclope! Preguntas cual es mi nombre ilustre y voy a decírtelo pero dame el presente de hospitalidad que me has prometido. Mi nombre es Nadie; y Nadie me llaman mi madre, mi padre y mis compañeros todos.

Así le hablé; y enseguida me respondió con ánimo cruel:

—A Nadie me lo comeré al último, después de sus compañeros, y a todos los demás antes que a él: tal será el don hospitalario que te ofrezca.

Dijo, se tiró hacia atrás y cayó de espaldas. Así echado, dobló la gruesa cerviz y le venció el sueño, que todo lo rinde: le salía de la garganta el vino con pedazos de carne humana, y eructaba por estar cargado de vino.

Entonces metí la estaca debajo del abundante rescoldo, para calentarla, y animé con mis palabras a todos los compañeros: no fuera que alguno, poseído de miedo, se retirase. Mas cuando la estaca de olivo, con ser verde, estaba a punto de arder y relumbraba intensamente, fui y la saqué del fuego; me rodearon mis compañeros, y una deidad nos infundió gran audacia. Ellos, tomando la estaca de olivo, la clavaron por la aguzada punta en el ojo del Cíclope; y yo, alzándome, la hacía girar por arriba. De la suerte que cuando un hombre taladra con el barreno el mástil de un navío, otros lo mueven por debajo con una correa, que asen por ambas extremidades, y aquél da vueltas continuamente: así nosotros, asiendo la estaca de ígnea punta, la hacíamos girar en el ojo del Cíclope y la sangre brotaba alrededor del ardiente palo. Le quemó el ardoroso vapor párpados y cejas, en cuanto la pupila estaba ardiendo y sus raíces crepitaban por la acción del fuego. Así como el broncista, para dar el temple que es la fuerza del hierro, sumerge en agua fría una gran segur o un hacha que rechina grandemente, de igual manera rechinaba el ojo del Cíclope en torno de la estaca de olivo. Dio el Cíclope un fuerte y horrendo gemido, retumbó la roca, y nosotros, amedrentados, huimos prestamente; mas él se arrancó la estaca, toda manchada de sangre, la arrojó furioso lejos de sí y se puso a llamar con altos gritos a los Cíclopes que habitaban a su alrededor, dentro de cuevas, en los ventosos promontorios. En oyendo sus voces, acudieron muchos, quién por un lado y quién por otro, y parándose junto a la cueva, le preguntaron qué le angustiaba:

—¿Por qué tan enojado, oh Polifemo, gritas de semejante modo en la divina noche, despertándonos a todos? ¿Acaso algún hombre se lleva tus ovejas mal de tu grado? ¿O, por ventura, te matan con engaño o con fuerza?

Les respondió desde la cueva el robusto Polifemo:

—¡Oh, amigos! "Nadie" me mata con engaño, no con fuerza.

Y ellos le contestaron con estas aladas palabras:

—Pues si nadie te hace fuerza, ya que estás solo, no es posible evitar la enfermedad que envía el gran Zeus, pero, ruega a tu padre, el soberano Poseidón.

Apenas acabaron de hablar, se fueron todos; y yo me reí en mi corazón de cómo mi nombre y mi excelente artificio les había engañado. El Cíclope, gimiendo por los grandes dolores que padecía, anduvo a tientas, quitó el peñasco de la puerta y se sentó a la entrada, tendiendo los brazos por si lograba echar mano a alguien que saliera con las ovejas; ¡tan mentecato esperaba que yo fuese!

Mas yo meditaba cómo pudiera aquel lance acabar mejor y si hallaría algún arbitrio para librar de la muerte a mis compañeros y a mí mismo. Revolví toda clase de engaños y de artificios, como que se trataba de la vida y un gran mal era inminente, y al fin me pareció la mejor resolución la que voy a decir. Había unos carneros bien alimentados, hermosos, grandes, de espesa y oscura lana; y, sin desplegar los labios, los até de tres en tres, entrelazando mimbres de aquellos sobre los cuales dormía el monstruoso e injusto Cíclope: y así el del centro llevaba a un hombre y los otros dos iban a entre ambos lados para que salvaran a mis compañeros.

Tres carneros llevaban por tanto, a cada varón; mas yo viendo que había otro carnero que sobresalía entre todas las reses, lo así por la espalda, me deslicé al vedijudo vientre y me quedé agarrado con ambas manos a la abundantísima lana, manteniéndome en esta postura con ánimo paciente. Así, profiriendo suspiros, aguardamos la aparición de la divina Aurora.

Cuando se descubrió la hija de la mañana, Eos de rosáceos dedos, los machos salieron presurosos a pacer, y las hembras, como no se las había ordeñado, balaban en el corral con las ubres llenas. Su amo, afligido por los dolores, palpaba el lomo a todas las reses que estaban de pie, y el simple no advirtió que mis compañeros iban atados a los pechos de los vedijudos animales. El último en tomar el camino de la puerta fue mi carnero, cargado de su lana y de mí mismo, que pensaba en muchas cosas. Y el robusto Polifemo lo palpó y así le dijo:

—¡Carnero querido! ¿Por qué sales de la gruta el postrero del rebaño? Nunca te quedaste detrás de las ovejas, sino que, andando a buen paso pacías el primero las tiernas flores de la hierba, llegabas el primero a las corrientes de los ríos y eras quien primero deseaba volver al establo al caer de la tarde; mas ahora vienes, por el contrario, el último de todos. Sin duda echarás de menos el ojo de tu señor, a quien cegó un hombre malvado con sus perniciosos compañeros, perturbándole las mentes con el vino. Nadie no se ha librado aún de una terrible muerte. ¡Si tuvieras mis sentimientos y pudieses hablar, para indicarme dónde se oculta de mi furor! Pronto su cerebro, molido a golpes, se esparciría acá y acullá por el suelo de la gruta, y mi corazón se aliviaría de los daños que me ha causado ese despreciable Nadie.

Diciendo así, dejó el carnero y lo echó afuera. Cuando estuvimos algo apartados de la cueva y del corral, me solté del carnero y desaté a los amigos. Al punto recogimos aquellas gordas reses de gráciles piernas y, dando muchos rodeos, llegamos por fin a la nave.

Nuestros compañeros se alegraron de vernos a nosotros, que nos habíamos librado de la muerte, y empezaron a gemir y a sollozar por los demás. Pero yo haciéndoles una señal con las cejas, les prohibí el llanto y les mandé que cargaran presto en la nave muchas de aquellas reses de hermoso vellón y volviéramos a surcar el agua salobre. Se embarcaron en seguida y, sentándose por orden en los bancos, tornaron a batir con los remos el espumoso mar.

Y, en estando tan lejos cuanto se deja oír un hombre que grita, hablé al Cíclope con estas mordaces palabras:

—¡Cíclope! No debías emplear tu gran fuerza para comerte en la honda gruta a los amigos de un varón indefenso. Las consecuencias de tus malas acciones habían de alcanzarte, oh cruel, ya que no temiste devorar a tus huéspedes en tu misma morada; por eso Zeus y los demás dioses te han castigado.

Así le dije; y él, airándose más en su corazón, arrancó la cumbre de una gran montaña, la arrojó delante de nuestra embarcación de azulada proa, y poco faltó para que no diese en la extremidad del gobernalle. Se agitó el mar por la caída del peñasco y las olas, al refluir desde el ponto, empujaron la nave hacia el continente y la llevaron a tierra firme. Pero yo, asiendo con ambas manos un larguísimo botador, la eché al mar y ordené a mis compañeros, haciéndoles con la cabeza silenciosa señal, que apretaran con los remos a fin de librarnos de aquel peligro. Se encorvaron todos y empezaron a remar. Mas, al hallarnos dentro del mar, a una distancia doble de la de antes, hablé al Cíclope, a pesar de que mis compañeros me rodeaban y pretendían disuadirme con suaves palabras unos por un lado y otros por el opuesto:

—¡Desgraciado! ¿Por qué quieres irritar a ese hombre feroz que con lo que tiró al ponto hizo volver la nave a tierra firme donde creíamos encontrar la muerte? Si oyera que alguien da voces o habla, nos aplastaría la cabeza y el maderamen del barco, arrojándonos áspero peñón. ¡Tan lejos llegan sus tiros!

Así se expresaban. Mas no lograron quebrantar la firmeza de mi corazón magnánimo; y, con el corazón irritado, le hablé otra vez con estas palabras:

—¡Cíclope! Si alguno de los mortales hombres te pregunta la causa de tu vergonzosa ceguera, dile que quien te privó del ojo fue Odiseo, el asolador de ciudades, hijo de Laertes, que tiene su casa en Ítaca.                                

Homero, La Odisea (Canto IX)





Odiseo y Polifemo por Arnold Böcklin, 1896